Quienes me conocen saben que no soy dado a alegrías en fechas fijas, pero es que no todos los años se cumplen cincuenta años. No sé el tiempo que me queda por vivir ni cuánto me queda por aprender. Sin embargo, sí sé que he aprendido algunas cosas:
He aprendido a distinguir lo que me hace feliz y lo que no. Aunque sean cosas raras, aunque mi concepto de felicidad no se refleje en una alegría exterior. Aunque a veces sea incapaz de explicar lo que me hace feliz.
He aprendido que mis amigos son los que disfrutan el tiempo que les dedico, en lugar de reprocharme el tiempo que no estoy con ellos. Los que procuran usar nuestro tiempo juntos para aprovechar nuestra amistad, aunque ello consista en contarnos mutuamente nuestras penas.
He aprendido a decir "no", y a decir "hasta aquí".
He aprendido que hay personas definitivamente buenas (muchas). Que hay personas realmente malas (pocas). Y que hay personas tan desgraciadas que no saben ser buenas, y que no tienen más remedio que ser malas.
Ahora sé que quien me quiere no me hace sufrir. Y he aprendido a querer menos a quien me hace sufrir. Voy aprendiendo a sufrir menos.
Aunque no siempre es fácil distinguir el bien del mal, he aprendido un truquito: si me hace sentir bien, es bueno; si me hace sentir incómodo, no lo es. Y he aprendido a aplicar esta receta a la política, a las personas, a la ropa que me pongo.
He aprendido a perdonarme por mis errores. Y he aprendido a perdonar a los demás por los suyos. Poquito a poco: comencé por mí mismo, sigo con los demás.
He aprendido a perder la vergüenza al decir a la gente "te quiero", "te admiro", "iluminas mi vida".
He confirmado que lo que más me gusta hacer es aprender cosas nuevas.