Me hubiera encantado, pero no estuve en París en Mayo del 68 porque porque en esos días tenía unos dos años y medio, y mi madre no me dejó ir. Era muy rígida ella.
Recuerdo cuando murió Franco, eso sí. No lo celebré con champán, aunque mi alegría fue inmensa. Tampoco me dejaron mis padres; según ellos, con diez años resulta inapropiado tomar bebidas alcohólicas, y más con la mezcla de preocupación y miedo que había en casa. De modo que me lo callé, y no le dije a nadie lo estupendo que me parecía tener unos días de vacaciones imprevistos, con independencia de quién la hubiera palmao, que fíjate tú las veces que había venido a vernos. Luego nos dieron su último mensaje en unos papelitos muy bien impresos, y me lo aprendí de memoria. Mea culpa. Pero bueno, hay que confesar que eran tiempos de búsqueda de una identidad política e ideológica: Dos años antes, había recitado una de Gloria Fuertes en las celebraciones de fin de curso. Nadie -ni el profesor, ni mis padres, ni nadie- entendió el motivo por el que escogí justamente esa:
Doña Pito Piturra
Tiene unos guantes,
Doña Pito Piturra
Muy elegantes.
Doña Pito Piturra
Tiene un sombrero,
Doña Pito Piturra
Con un plumero [...]
Tiene unos guantes,
Doña Pito Piturra
Muy elegantes.
Doña Pito Piturra
Tiene un sombrero,
Doña Pito Piturra
Con un plumero [...]
Y en cambio, ese año la elección había contado con las bendiciones de todos, porque el contenido histórico y patriótico ensalzaban los valores morales que se me pretendían inculcar. Machado, pero Manuel. Creo que incluso el Papa lo mencionó en una encíclica, pero no he podido confirmarlo:
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
el destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- , el Cid cabalga [...]
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
el destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- , el Cid cabalga [...]
Llegué tarde -o pronto, según se mire- al 68, a Woodstock, a Ibiza. Si es que soy hijo del tardío baby boom, soy el hijo pequeño, el que viene de penalty. La Movida también me cogió lejos.
De haber podido, hubiera esperado unos añitos más, para entrar en la generación X, que al menos tiene nombre y peli propia que define su no-ideario y su música y sus frustraciones definidas, a las que sumarse y en las que escudarse. Lo que esta gente tiene de bueno es que pueden entonar todos juntos su lema: "A mí no me echen la culpa, esto estaba hecho una mierda cuando llegué".
Lo malo de estar en el medio es que a uno siempre le llueven hostias, desde un lado y desde el otro. O que tiene uno la sensación de ser demasiado joven para algunas cosas y demasiado viejo para otras. No sé si es apropiado que me gusten el grunge y Violeta Parra, Mafalda y los Simpsons.
Hay quien critica a los jóvenes franceses que se han cargado la ley de VILlepin, diciendo que la protesta era únicamente por motivos económicos, y no por ideales. Lo estupendo es que esas críticas provienen de algunos sesentayocheros que miran el presente desde el poder y el coche oficial, o desde su segunda o tercera residencia.
De cualquier modo, nunca hay excusas. Ni para los que, ante el fracaso de su pequeña revolución, optan por subvertir el sistema desde dentro, pero engordando a su costa. Ni para los X que se escudan en que no queda sitio para ellos porque los otros no se van para dejárselo. Ni para los mileuristas que con treinta no han salido de casa de sus papás porque no les llega para piso; pero no están dispuestos a renunciar al móvil con cámara o a las comidas que prepara mamá.
Mi idea del mundo, o al menos de este mundo opulento en el que nos encontramos, es que no hay movimientos ni ideales que sean capaces de cambiar el rumbo de la sociedad. De hecho, las palabras ideas o ideales parecen un vestigio del siglo pasado, y quienes nos mandan (quienes nos manejan) se cuidan mucho de usarlas, en sus discursos o en sus actuaciones.
El motor de este barco no usa combustible, sólo funciona con dinero. Y lo chungo es que contemplamos cada vez menos la posibilidad de bajarnos de él, de buscar un bote que lleve otro rumbo, aunque haya que remar.
En cierta ocasión contaba Pancho Varona que el maestro Sabina tuvo que pararse y se echó a llorar cantando Peces de Ciudad:
En cierta ocasión contaba Pancho Varona que el maestro Sabina tuvo que pararse y se echó a llorar cantando Peces de Ciudad:
Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar
al país
donde los sabios se retiran
del agravio de buscar
labios que sacan de quicio,
mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad
que perdieron las agallas
en un banco de morralla,
en una playa sin mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario