Esta semana estoy en Madrid en un curso, y vivo con mi sobrino. Esta tarde fui a hacer la compra para reanimar su frigorífico de estudiante.
El centro comercial, como todos los de los barrios de las grandes ciudades. Cuando iba a entrar en el supermercado, algo cayó del techo delante de mí, junto a unas personas que entraban o salían. Era un pájaro, aparentemente muerto. La gente lo miró, comentó algo y allí lo dejaron. Me acerqué con la idea de, al menos, echarlo en una papelera para que nadie lo pisara. Cuando lo cogí me pareció que aún estaba vivo. Un hombre me dijo:
- Debe de ser de esos pequeños que aún no vuelan bien.
- No, mire usted que el pico no es amarillo por los lados -le expliqué.
Miré hacia arriba y vi el techo de cristal, la trampa de la que no había sido capaz de escapar, que le había agotado hasta hacerle caer de angustia o agotamiento. Noté la vibración acelerada del corazón, observé que respiraba, con los ojos entreabiertos, la cola arqueada hacia arriba y las pequeñas garras apretadas. Pensé que aún estaba vivo, que era presa de un síncope.
Lo envolví con mis manos y salí a la calle, buscando un sitio que no estuviera cubierto. Encontré un rincón junto a una barandilla, sobre un pequeño jardín. ¿Cuánto pesa un gorrión? ¿Diez, veinte gramos? Es sorprendente. Poco a poco fue abriendo los ojos, perdiendo rigidez. Lo moví y se quedó apoyado sobre el vientre, con las patas ya relajadas, comenzó a mirar a su alrededor. Esperé. Lo moví otra vez y repentinamente salió volando y se perdió en un pequeño arbusto. Casi no vi cómo se iba, no noté la falta de su peso en la mano.
No quiero extraer ningún significado a esta pequeña historia. Fue un momento precioso, sin más. Quería contarlo.
2 comentarios:
Tenga o no tenga significado, es una historia magnífica. Me conmocionan los animales, en especial cuando están vulnerables.
Gracias por las dos buenas obras del día, salvar de la muerte por inanición a tu sobrino y de agotamiento al pajarito, muy bien, sigue así.
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