No diré que hablo, pero sí chapurreo francés, inglés y portugués, y además (medio) entiendo el catalán. En mis viajes por lo largo y ancho de este mundo, cuando tenía que hablar con alguien cuya lengua materna no coincidía con la mía (porque a veces la del fulano era por ejemplo el ruso o el holandés), de un modo espontáneamente consensuado buscábamos una en la que nos pudiéramos entender. Sin más, sin problemas, nunca. A veces incluso, yo hablaba en castellano (español o román paladino) y el otro lo hacía en su lengua (generalmente portugués o catalán), conscientes ambos de que cada uno usaba la que le resultaba más cómoda, y habiendo comprobado ya que el otro le entendía perfectamente. Si, por ejemplo, estábamos hablando en español y el otro no me entendía algo, yo intentaba decir esa palabra o esa expresión en su lengua. Y lo mismo cuando hablábamos en otro idioma y era yo el que me perdía.
Hubiera sido imposible que nos hubiéramos comunicado si cada uno nos hubiéramos empeñado en hablar nuestro propio idioma, a despecho de que el otro lo entendiera o no. Es cierto que nos hubiéramos reafirmado en lo nuestro, en nuestra cultura y nuestra nación. Pero de un modo natural y educado buscábamos un punto común, lo cual parece lógico y económico.
Lo siento, pero hoy tengo una razón más para pensar que esa gentuza no es el tercer problema del país, sino el primero.
3 comentarios:
Creo que batí mi record de comentarios con un post sobre lo mismo hace algunos meses, Neo. Estoy de acuerdo contigo, de nuevo. Es más, creo que si el Senado es la cámara que une a todas las regiones autonómicas que componen España, precisamente en ése, en el idioma común, es en el que deberían hablar.
Lo recuerdo, Teresa. E imagino que no me ocurrirá igual porque esto sólo lo leemos cuatro gatos. Menos mal...
Aunque para mí la lengua materna es sagrada -que no es la que estoy empleando-, (y no la empleo, precisamente por lo del punto de encuentro contigo y con tus lectores), tampoco simpatizo con semejante mamarrachada.....
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