Y no digo yo que no me hubieran hecho falta. Hace un tiempo, desde su cama de hospital, me decía la señora Ingalls que "después del año que había tenido", necesitaba salir a despejarme. Fui sincero cuando le pregunté a qué se refería, no tenía yo sensación de que el año hubiera sido particularmente intenso.
Es cierto que comenzó (en otoño, como empiezan los años) con un cuatrimestre cargadito de estudios: dos asignaturas del ciclo (una fuerte y otra flojita pero coñazo) que me faltaban para completar, y otra de la uni (álgebra). Además, recibir algún curso del trabajo, impartir un par de ellos de esos que permiten completar ingresos. Nada que no me atreviera a gestionar.
Teníamos previsto iniciar la obra de nuestro piso grande y viejo en febrero o marzo, cuando el apretón de estudios hubiera pasado. Pero en octubre nos dice nuestra inquilina que se va, lo cual implicó adelantar el calendario en tres meses y ponernos a buscar como locos albañiles, materiales y financiación. De modo que en los Reyes Magos nos trajeron azulejos, sanitarios, puertas, tarima y cascotes. Y una nueva hipoteca con que pagarlos.
(Maldición gitana: ¡Albañiles veas por tu casa!)
Allá por febrero, cuando conseguimos echarlos de allí a todos, hicimos la mudanza y los volvimos a meter en el sitio que dejábamos, preparándolo para nuestros nuevos inquilinos. Más cascotes, más azulejos y aún menos dinero.
Ah, y los exámenes. El de álgebra desastroso, pero al menos salvé la asignatura.
A todo esto, la enfermedad de mi madre continuaba el camino que comenzó hace tres años: cabrona, dolorosa y sin esperanzas. De modo que apretábamos los plazos para intentar traerlos a uno de los apartamentos que reformábamos en esos momentos, y que al menos los últimos meses mi padre se viera un poco arropado, a cinco minutos en lugar de cien kilómetros. No hubo modo, y murió en mayo sin aceptar más ayuda que la poca compañía que mi hermano o yo les hacíamos cuando podíamos coger algún día libre.
El final de curso con los niños fue duro, tal vez más que otros años: cursos más avanzados, peores resultados. La casa llena de cajas de la mudanza (y aún ahora, y lo que te rondaré). Algo más pendientes de mi padre, de ayudarle a reorganizar su vida. Mis exámenes finales, sin grandes problemas y sin notas espectaculares.
Y en julio llamaron a la Baronesa para trabajar durante el verano, con lo que se generó el círculo: está trabajando, tal vez podríamos permitirnos una escapadita. Pero no tiene días libres, no podemos salir. Si no trabajase, tendríamos días. Pero no tendríamos dinero, no podríamos salir.
En fin, que la próxima semana me toca ir a Madrid a un curso del trabajo. Y ahora que lo pienso lo mismo me viene bien, para despejarme.
1 comentario:
Bueno, al menos no te aburrirás, ¿no?
Un besote. Da gusto volver a leerte.
C.
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