Uno de los pocos que soportan asiduamente mis desvaríos en este sitio (y en la vida real) es mi buen Santiago, de quien me separan tantas cosas -la edad, la formación, las ideas- que visto desde fuera sería difícil explicar nuestra relación y mutuo cariño. Y resulta que me deja una perla en
un comentario del post sobre música que me hace pensar en que, si uno de mis más queridos amigos no acaba de ver en qué sentido van las cósas que digo, a saber por dónde andarán las interpretaciones de quienes no tienen de mí más referencias que estas pobres impresiones de las ideas que a veces me atacan.
El hecho de que algún americano se oponga a Bush me parece interesante en sí mismo, aunque fuera únicamente por hacer el esfuerzo de no considerar a los americanos como lo que probablemente no son: incultos, desinformados y maniqueos. Me permite creer lo que sus últimas presidenciales me desmintieron, al reelegir como Emperador a un individuo así. Me parecen interesantes, por el hecho de luchar contra él, artistas como REM, Springsteen, Pealr Jam, Susan Sarandon o Sean Penn. Y me parece más que destacable que muchos de ellos hayan recibido amenazas de muerte o hayan sido vetados de forma anunciada en muchos medios de comunicación por su forma de pensar, y por decirlo. Ciertamente, en todas partes cuecen habas, y en ese sentido recuerdo que
Javier Krahe no volvió a TVE tras su
Cuervo Ingenuo, y los de Prisa le declararon persona non grata en otra ocasión, cediendo a las
presiones de determinados grupos de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero en un país en el que todo cristo tiene acceso a las armas, en el que le pegaron un tiro a John Lennon, en el que el concepto de libertad tiene mucho que ver con invadir países, estas cosas me parecen más serias. Y en el caso de las Dixie Chicks es serio porque son de Texas, porque hacen country -su público es en su gran mayoría muy conservador- y porque las consecuencias para ellas fueron tremendas en el plano profesional y personal. No es que sean precisamente
Rosa Parks, pero se la jugaron, y ello despertó mi interés, e hizo que prestara más atención a su música. ¿Se supone que un artista de rock debe ir contra el sistema, y si lo hace no es meritorio porque va incluido en la definición? No me atrevo a afirmarlo, tal vez sea así (dejando a un lado que ellas cantan country, con lo que ello implica). El día que conocí a
Silvio Rodríguez -por aquel entonces uno de mis favoritos- cambiaron muchas de las cosas que hasta entonces daba por supuestas sobre los cantautores. En cualquier caso, mi interés actual sobre las Dixie se centra en su música, y no les pongo velas ni nada de eso.
Decía en cierta ocasión
Inocencio Arias algo así: "Si tienes un cubo lleno de mierda y echas una cucharada de agua, sigues teniendo un cubo de mierda. Pero si tienes un cubo lleno de agua y echas una cucharada de mierda, tienes un cubo lleno de mierda. Eso es la política."
Tal vez sea por su origen semántico, y no sé si lo he dicho en alguna ocasión, pero si hay algo que me toca las narices es lo políticamente correcto. No digo A Coruña ni Lleida, por mucho que sean sus nombres actuales bendecidos incluso por determinados sectores de la RAE. No utilizo las puñeteras arrobas para referirme a mis lector@s, me jode que se llame AMPA la Asociación de (Madres y) Padres de Alumnos del colegio de mis hijos (ya puestos, debería llamarse AMPTREAA, Asociación de Madres, Padres, Tutores y Responsables Educativos de Alumnas y Alumnos). Me gustan los chistes machistas tanto como los feministas, aunque normalmente sólo cuente de los primeros. No estoy dispuesto a aceptar que las mujeres ocupen cargos de responsabilidad hasta determinados porcentajes, si ello no es causado por su competencia sino por los cupos impuestos por la supuesta discriminación positiva. Y sí estoy de acuerdo en que se demoniza la violencia machista en lugar de penalizar la violencia familiar o de pareja, porque está de moda.
Desde luego, este no es un lugar en el que desee hablar de política porque de hecho, la política es algo que evito en mi vida. Desconfío de los políticos de cualquier signo. Creo que incluso aquellos que se encuentran más cerca de mi forma de pensar, cuando llegan al poder ceden ante las presiones de la economía establecida y de los grupos que la manejan. Creo que son esos grupos y esos intereses económicos los que realmente guían la política mundial (podríamos hablar de algunas guerras, aquí), y que las votaciones a las que acudimos -cada vez menos- son únicamente un trámite previo a la decepción de todos: simpatizantes y opositores de los que se hacen con el poder a través de ellas.
Me repelen las consignas y la ceguera de quienes se identifican con unos u otros partidos, aunque sea en sentido inverso: odian y denostan a los que son de su signo contrario. Cuando veo el telediario dos días seguidos, si presto atención a los rollos políticos, no puedo más que sentir indignación (
¡vaya tropa!) y finalmente miedo, mucho miedo. Por las cosas que dicen esos tipos -todos ellos- y sobre todo porque sé que en la calle hay mucha gente dispuesta a defender hasta lo absurdo sus disputas, sus frases hechas, sus coletillas.
Hago mías determinadas ideas que leo u oigo, pero creo que nadie podrá decir de mí que sigo el guión. Que finalmente acabo siendo un rojillo aburguesado (sic), qué duda cabe. Por supuesto que termino cumpliendo los estándares, pero es algo que asumí hace tiempo, y se deriva únicamente de que, a los cuarenta, sigo sin tener cabeza. Y eso hace que a veces me lleguen al alma
determinadas cosas y me coja berrinches absurdos por cosas que tal vez no tengan ninguna relación entre ellas, aunque yo sí la vea o me la imagine. Y tal vez eso sí sea síntoma de pensamiento débil.
No estoy a salvo de influencias, no. Ya me gustaría a mí (¿me gustaría?). Pero digo yo que el que esté libre de pecado...
En cualquier caso, hay algo que sí se trasluce en los últimos tiempos en este blog: esa acritud que me provoca de modo inevitable la presencia de la Navidad. Como cada año, malgasto mi tiempo y mi dinero en cosas absurdas, y no doy el salto, no me planto como siento que debería hacer. Sigo siendo el talibán antinavideño de la familia, pero nunca voy más allá de unas protestas aisladas que quedan como algo testimonial y curioso, que hacen que siga siendo el peculiar, ese hermano o cuñado atípico que hay en todas las familias.