30.12.06

Confusión


No entiendo, no.

Qué tiene que ver la justicia con la venganza.

Cómo se puede confundir la libertad con la muerte.

29.12.06

El escritor limitado

En mi adolescencia, escribir me sirvió para sobrellevar la depresión sin hundirme en ella de un modo absoluto e irremisible.

Durante esos años terribles llenos de monstruos y fantasmas escribir fue una terapia íntima y gratuita. Tal vez no tan íntima, porque si bien es cierto que mucho de lo que escribí en aquel entonces terminó en la papelera, otra buena parte la compartí con mis pocas amigas cercanas, en un acto de desnudismo que hoy sería incapaz de realizar. Gratuita sí, porque mis padres, cuando les pedí que me llevasen a un psicólogo, me dijeron que les contase a ellos mis cosas (conociéndoles como ahora les conozco, prefiero no seguir esta línea de pensamiento).

Desde entonces, escribir se convirtió en un modo de ordenar ideas, de afianzar las que importaban y desechar las superfluas. En muchas ocasiones me he descubierto escribiendo de modo imaginario a alguien, construyendo y depurando cartas enormes que finalmente nunca pasé a papel. En esos casos, me sirvió para saber qué le quería decir realmente a esa persona, qué era lo importante que necesitaba dejarle claro, qué líneas recorrían nuestra relación como las nervaduras de una hoja, alimentando unas partes y dejando que otras muriesen sin savia.


Supongo que como tantos, soñé mil veces con dedicarme de un modo serio a la escritura. Sin embargo, esas cosas que a todos nos pasan -nos hacemos adultos, trabajamos, montamos una familia- me alejaron de ese sueño y de tantos otros, me mantuvieron con los pies en la tierra.

Pero hubo otro motivo más principal. Me di cuenta de que sólo escribía -o sólo lo hacía bien- justamente cuando me encontraba mal. Tal vez se debiera a cómo empecé a hacerlo, pero cuanto más oscuro era mi estado de ánimo con mayor facilidad salían las ideas, las palabras. Me di cuenta de que cuando me encontraba bien no era capaz de comunicar ese estado, o en todo caso lo que producía era cursi o relamido, en cualquier caso aborrecible.

Dejé de escribir. Decidí que bastante mierda había en el mundo como para esparcir la mía, sobre todo si no era capaz de compensarla aportando algo positivo de vez en cuando.

Observo en los escritores que empiezan una afición a lo truculento que me hastía: locos, suicidas, asesinos, historias chungas en todo caso. Me cansa. Ya sé que en la calle se forman corrillos cuando alguien se cae, se hace daño, sangra. Y no todo el que se acerca lo hace para ayudar, sino para regodearse en el morbo del dolor, de la desgracia ajena. Nunca nos acercamos a los demás para preguntarles de qué ríen, o qué tiene de maravillosa esa persona a la que abrazan, a la que besan, a la que miran con ojos embelesados.

No me oculto, no me niego a mostrar mis miserias o mis esquizofrenias cuando viene a cuento. Pero tampoco estoy dispuesto a que mi retrato escrito se componga sólo de las partes de mí mismo que hablan con tristeza o ira. Tengo mis fobias, pero escribo sobre ellas sólo porque sé que también soy capaz de hablar de mis filias. Mi vida tiene muchos más momentos de sonrisas que de ceños fruncidos, y si he de regalar algo a los demás, tengo claro qué es.

Así, poco a poco me voy animando a escribir, y de vez en cuando lo que hago provoca en los demás algún sentimiento positivo, alguna emoción agradable. Y me viene devuelto en forma de, pongamos, algún pequeño premio. Para qué más.

21.12.06

Manipulación, tópicos, acritud

Uno de los pocos que soportan asiduamente mis desvaríos en este sitio (y en la vida real) es mi buen Santiago, de quien me separan tantas cosas -la edad, la formación, las ideas- que visto desde fuera sería difícil explicar nuestra relación y mutuo cariño. Y resulta que me deja una perla en un comentario del post sobre música que me hace pensar en que, si uno de mis más queridos amigos no acaba de ver en qué sentido van las cósas que digo, a saber por dónde andarán las interpretaciones de quienes no tienen de mí más referencias que estas pobres impresiones de las ideas que a veces me atacan.

El hecho de que algún americano se oponga a Bush me parece interesante en sí mismo, aunque fuera únicamente por hacer el esfuerzo de no considerar a los americanos como lo que probablemente no son: incultos, desinformados y maniqueos. Me permite creer lo que sus últimas presidenciales me desmintieron, al reelegir como Emperador a un individuo así. Me parecen interesantes, por el hecho de luchar contra él, artistas como REM, Springsteen, Pealr Jam, Susan Sarandon o Sean Penn. Y me parece más que destacable que muchos de ellos hayan recibido amenazas de muerte o hayan sido vetados de forma anunciada en muchos medios de comunicación por su forma de pensar, y por decirlo. Ciertamente, en todas partes cuecen habas, y en ese sentido recuerdo que Javier Krahe no volvió a TVE tras su Cuervo Ingenuo, y los de Prisa le declararon persona non grata en otra ocasión, cediendo a las presiones de determinados grupos de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero en un país en el que todo cristo tiene acceso a las armas, en el que le pegaron un tiro a John Lennon, en el que el concepto de libertad tiene mucho que ver con invadir países, estas cosas me parecen más serias. Y en el caso de las Dixie Chicks es serio porque son de Texas, porque hacen country -su público es en su gran mayoría muy conservador- y porque las consecuencias para ellas fueron tremendas en el plano profesional y personal. No es que sean precisamente Rosa Parks, pero se la jugaron, y ello despertó mi interés, e hizo que prestara más atención a su música. ¿Se supone que un artista de rock debe ir contra el sistema, y si lo hace no es meritorio porque va incluido en la definición? No me atrevo a afirmarlo, tal vez sea así (dejando a un lado que ellas cantan country, con lo que ello implica). El día que conocí a Silvio Rodríguez -por aquel entonces uno de mis favoritos- cambiaron muchas de las cosas que hasta entonces daba por supuestas sobre los cantautores. En cualquier caso, mi interés actual sobre las Dixie se centra en su música, y no les pongo velas ni nada de eso.

Decía en cierta ocasión Inocencio Arias algo así: "Si tienes un cubo lleno de mierda y echas una cucharada de agua, sigues teniendo un cubo de mierda. Pero si tienes un cubo lleno de agua y echas una cucharada de mierda, tienes un cubo lleno de mierda. Eso es la política."

Tal vez sea por su origen semántico, y no sé si lo he dicho en alguna ocasión, pero si hay algo que me toca las narices es lo políticamente correcto. No digo A Coruña ni Lleida, por mucho que sean sus nombres actuales bendecidos incluso por determinados sectores de la RAE. No utilizo las puñeteras arrobas para referirme a mis lector@s, me jode que se llame AMPA la Asociación de (Madres y) Padres de Alumnos del colegio de mis hijos (ya puestos, debería llamarse AMPTREAA, Asociación de Madres, Padres, Tutores y Responsables Educativos de Alumnas y Alumnos). Me gustan los chistes machistas tanto como los feministas, aunque normalmente sólo cuente de los primeros. No estoy dispuesto a aceptar que las mujeres ocupen cargos de responsabilidad hasta determinados porcentajes, si ello no es causado por su competencia sino por los cupos impuestos por la supuesta discriminación positiva. Y sí estoy de acuerdo en que se demoniza la violencia machista en lugar de penalizar la violencia familiar o de pareja, porque está de moda.

Desde luego, este no es un lugar en el que desee hablar de política porque de hecho, la política es algo que evito en mi vida. Desconfío de los políticos de cualquier signo. Creo que incluso aquellos que se encuentran más cerca de mi forma de pensar, cuando llegan al poder ceden ante las presiones de la economía establecida y de los grupos que la manejan. Creo que son esos grupos y esos intereses económicos los que realmente guían la política mundial (podríamos hablar de algunas guerras, aquí), y que las votaciones a las que acudimos -cada vez menos- son únicamente un trámite previo a la decepción de todos: simpatizantes y opositores de los que se hacen con el poder a través de ellas.

Me repelen las consignas y la ceguera de quienes se identifican con unos u otros partidos, aunque sea en sentido inverso: odian y denostan a los que son de su signo contrario. Cuando veo el telediario dos días seguidos, si presto atención a los rollos políticos, no puedo más que sentir indignación (¡vaya tropa!) y finalmente miedo, mucho miedo. Por las cosas que dicen esos tipos -todos ellos- y sobre todo porque sé que en la calle hay mucha gente dispuesta a defender hasta lo absurdo sus disputas, sus frases hechas, sus coletillas.

Hago mías determinadas ideas que leo u oigo, pero creo que nadie podrá decir de mí que sigo el guión. Que finalmente acabo siendo un rojillo aburguesado (sic), qué duda cabe. Por supuesto que termino cumpliendo los estándares, pero es algo que asumí hace tiempo, y se deriva únicamente de que, a los cuarenta, sigo sin tener cabeza. Y eso hace que a veces me lleguen al alma determinadas cosas y me coja berrinches absurdos por cosas que tal vez no tengan ninguna relación entre ellas, aunque yo sí la vea o me la imagine. Y tal vez eso sí sea síntoma de pensamiento débil.

No estoy a salvo de influencias, no. Ya me gustaría a mí (¿me gustaría?). Pero digo yo que el que esté libre de pecado...

En cualquier caso, hay algo que sí se trasluce en los últimos tiempos en este blog: esa acritud que me provoca de modo inevitable la presencia de la Navidad. Como cada año, malgasto mi tiempo y mi dinero en cosas absurdas, y no doy el salto, no me planto como siento que debería hacer. Sigo siendo el talibán antinavideño de la familia, pero nunca voy más allá de unas protestas aisladas que quedan como algo testimonial y curioso, que hacen que siga siendo el peculiar, ese hermano o cuñado atípico que hay en todas las familias.

18.12.06

Injusto

El otro día, mientras hago no sé qué cosas por casa, oigo en la tele:

"¿Sabes lo que es injusto?"

Debido a la avalancha de juegos de mesa en el bombardeo publicitonavideño, inmediatamente pienso que es un anuncio del Trivial Pursuit, alguna nueva "Edición Filósofos" o "Edición Tertulianos", y se me provoca la reacción típica: el tiempo se alarga, veo retazos de mi vida ante mis ojos, brilla un quesito al final del túnel. Alborozado, pienso que la pregunta no es de deportes, está a mi alcance. En milésimas de segundo, decenas de posibles respuestas giran en mi mente:

"¿Qué es injusto, qué es injusto?..."
¿Que el comercio de armas mutile a unos y enriquezca a otros?
¿Que una mierdapiso cueste el sueldo de varios años?
¿Que mis hijos hereden un planeta desolado por la inconsciencia de los de siempre?
¿Que no haya una versión decente del flash player para Linux?
¿Que mi sueldo crezca siempre menos que el IPC?
¿Que el SIDA deje cada día más huerfános en África que nacimientos hay en Europa?
¿Que Pinochet se haya muerto -el muy cabrón- sin que le hayan juzgado?
¿Que...

"Despertar por la mañana y descubrir unas arruguitas que ayer mismo no estaban."

Stop. Me bloqueo. Miro la tele mientras mi mandíbula se descuelga hasta la altura del ombligo. Mis procesos vitales se ralentizan. Del cristal de la pantalla hacia allá, todo es limpio e inodoro, la belleza y la sabiduría se resumen en un botecito que contiene la piedra filosofal, el elixir de la eterna juventud.

"¿ Es justo jugar con ventaja?... Sí, porque nosotras lo valemos."

Las imágenes cambian y el mundo se transforma en otra cosa, tal vez un juguete o un coche o una crema depilatoria. Despierto. Respiro. Miro a mi alrededor, mi casa con esos cutres azulejos en la cocina. Oigo que los niños se pelean, conscientes de su cometido en la vida. Sigo con mis tareas, cabizbajo.

Cagonsuputamadre.

15.12.06

Me gustan las mujeres

Y si cantan, más.

Es la historia de mi vida. En la adolescencia, mis mejores amigos eran mujeres. De hecho, me acabé casando con una de ellas.

Mis profesoras de música son mujeres, y casi siempre lo han sido. En el trabajo, siempre me he llevado mejor con ellas que con ellos (me acuerdo ahora de dos, allá en Madrid, y las añoro).

En un internet predominantemente masculino, mi bloglines es mayoritariamente femenino.

Y últimamente, mis mejores descubrimientos musicales son mujeres que cantan. Una lista:


- Dixie Chicks, Taking the long way. Oí una canción por por ahí, y no hice mucho caso. Me pareció más country-pop de ese que de vez en cuando nos cuelan los yanquis entre tantas otras cosas. Pero cuando leí sobre ellas un poco más -amenazadas de muerte por llevarle la contraria a San Bush con relación a la guerra de Irak-, creí que debía darles una segunda oportunidad. Y el disco está muy bien. Alguna canción es demasiado estándar, pero otras son auténticas preciosidades.


- Dover, Follow the city lights. ¿Dover bailando? ¿Cristina Llanos en plan Madonna? Oh, my God. Y sin embargo, me gusta. Mucho.


- Dayna Kurtz, Postcards from downtown. El nombre parece alemán, pero es americana, y mucho. Tiene un vozarrón potente, muchos fantasmas y pocos complejos. Por lo visto, los baretos de las carreteras del Imperio son suyos. Una mezcla entre Tom Waits y Leonard Cohen, pero en tía. La leche, acojona.


- Rachel Yamagata, Happenstance. Una noche, en un capítulo de Urgencias -a las tantas, vaya horarios- la cara tristísima de Parminder Nagra (qué guapa es, qué ojos) una canción preciosa. Me quedé con el estribillo y la busqué. Vaya preciosidad de disco, cada canción totalmente distinta de la anterior y todas me enganchan.


- Fiona Apple, Extraordinary Machine. Cachondísima, con un sentido musical sorprendente, pasa de lo más disonante a lo más melódicamente conmovedor de un saltito, y te deja pasmao.


- Evanescence, The open door. Ya sé que es un grupo y demás, pero Amy Lee es la que manda, está claro. No podían hacer un disco que me gustase más que el primero. No podían, y por tanto no lo han hecho. Pero al menos no la han pifiao, y canciones cono Lithium valen un disco entero.


Y para terminar, un par de trampas:

- Viktoria Mullova, las partitas para violín solo de Bach. No hay palabras.


- Bruce Springsteen, We shall overcome. Ya sé que es un tío, pero es que es El Jefe. A quien no le guste Springsteen, que escuche este disco. Supongo que está grabado en seudo-directo, y supongo que con muy poco ensayo (confirmado). Canciones clásicas americanas que suenan a taberna de madera, llena de humo y de negros tocando y divirtiéndose.


Otro día seguiré hablando de mujeres, aunque no canten.

13.12.06

Odio

No necesariamente por este orden:
La canción del anuncio de El Almendro.

Que se confunda la generosidad con el derroche.

La peste de colonias con nombre y cara (es decir: jeta) de famosete.

Las fachadas hiperiluminadas de El Corte Inglés.

Que mi única alegría navideña sea que un hijoputa no va a comer más turrón.

El cada año más hortera anuncio de Freixenet.

La invasión de Papás Noeles trepabalcones.

Que quien se niega a seguir la corriente sea tachado de fundamentalista o de tacaño.

La alegría y la bondad impostadas y a fecha fija.

Que toda esta mierda historia comience en el mes de noviembre (de momento).

4.12.06

Despedidas

Como casi siempre, todo se encadena.

No me gusta mucho escribir sobre los blogs, sobre su mundo y sobre las corrientes internas que guían su funcionamiento. Me suelen gustar poco los metablogs: blogs que hablan sobre los blogs, gente que mira el ombligo de gente que habla de gente que mira su ombligo. Cuando cualquiera de mis favoritos escribe una entrada sobre este mundillo suelo pasar sobre ella sin prestar más atención. No me interesa la filosofía que habla sobre estas cosas, sino la descripción que cada uno va haciendo de sí mismo a través de sus escritos.

Pero hace unos días que le daba vueltas a varias cosas relacionadas con este espacio, con lo que digo en él, con lo que callo. Con cómo me relaciono con otras personas que entran en mi vida leyéndolo, y cómo esas personas u otras me interesan y me influyen a través de los suyos.

En particular, pensaba sobre los remordimientos que a veces -no demasiadas- siento por el hecho de ser tan anárquico, de publicar de modo tan irregular y tal vez tan espaciado. Tal vez tendría más visitas si escribiera con una cadencia más fija, con un plan definido o con unos temas más enlazados entre sí. No me faltan cosas que contar, pero me resisto a que esta parcela de mi vida refleje mis asuntos cotidianos. Hay que ser muy maestro para hacerlo y que el blog no se convierta en un diario quejoso de nuestras amarguras, de nuestra lucha diaria contra la rutina y la vulgaridad. Conozco unos cuantos que consiguen hacerlo, no muchos. Y de ellos, precisamente mi muy querida y admirada Amanda acaba de echar el telón. El caso es que anoche leí su último artículo y no me enteré. Ha sido esta mañana cuando lo he entendido.

Como siempre que nos despedimos de alguien, uno echa de menos lo que no hizo, lo que no le dio a esa persona. En este caso, lamento no haber hecho más referencias a sus brillantes escritos, o no haber hecho más comentarios en sus artículos, que tal vez hubieran hecho que sintiera la importancia de su día a día en el de sus lectores.

Hay más gente que toma esa decisión, o que se deja llevar por el mundo real y deja en la estacada su otra presencia por aquí. Clementine lo anunció el otro día oficialmente, Vainilla no publica desde nosecuándo, Mercè nos dio un susto pero lo repensó y regresó (mis favoritas son mujeres, como siempre). Hay más gente, en mi bloglines o en mis marcadores, pero no se trata de hacer una relación.

Esta noche me he soñado en el ejército, mis compañeras se marchaban al frente. En particular, dos de ellas muy queridas por mí. Las abrazaba con auténtica emoción y con miedo por ellas, les daba besos y les decía que se cuidasen, que no hicieran locuras, que se asegurasen de volver vivas y enteras.

Qué cosas.