31.10.06

En ocasiones veo muertos...

Supongo que es debido a que mi espíritu regionalista o nacionalista se quedó en alguno de los múltiples traslados que sufrí de pequeño, pero no veo mayor problema en la importación de tradiciones de otros sitios. Tengo la sensación de que hay una moda anti en todo esto que no acabo de pillar. Al personal parece no gustarle Papá Noel ni Halloween ni esas cosas por el simple hecho de que vienen del Imperio. En cambio, no tiene mayor problema en tragar hamburguesas o pan de molde. O tortilla francesa o ensaladilla rusa, que para el caso es lo mismo, pero de antes de anteayer.

Declaración: Me encanta Halloween. Me parece estupendo ser capaz de reirse de los propios miedos, compartirlos y enseñar a los niños a que lo hagan. Bastantes yuyus sufrimos a determinadas edades -no digo cuales- como para que tengamos que sufrirlos en silencio, y sin pomada. Los niños temen a los monstruos y los mayores tememos a la parca, pero todos tenemos miedo.

Por eso, mis hijos hoy han ido a una fiesta de Halloween y una de sus pelis favoritas -sí, mea culpa- es Pesadilla antes de Navidad. Como casi todos nuestros niños, tienen a su disposición un surtido enorme de películas, que va aumentando cada vez más. Pero Pesadilla es un clásico en casa. Tim Burton debe de estar loco, y las obsesiones de su locura tiñen sus películas de un modo único.

Para quien no la haya visto, Pesadilla cuenta la historia Jack Skellington, un habitante de Halloweentown que un día se extravía y conoce la Ciudad de la Navidad. Maravillado con lo que allí ve, decide que el próximo diciembre será él, acompañado por sus colegas, quien celebre esa fiesta, pese a que no acaba de entender qué es lo que está viendo:


¿Qué es? ¿Qué es?
Hay algo que va mal
¿Qué es?
¿Quién canta sin parar?
¿Qué es?
Las calles están llenas de chavales
Todos ríen sin cesar, ¿es que estoy loco?
Debe ser felicidad


Pero claro, para alguien que toda su vida -o su muerte- se ha dedicado a asustar a los demás, lo del espíritu navideño no es algo sencillo de entender, y la buena voluntad no lo es todo; ni en esta vida ni en la otra. Y no cuento más.

Con independencia de la historia, la película está hecha sin ordenadores, con la vieja técnica del stop motion, con un preciosismo en el diseño de los personajes y de la ambientación que ya quisiéramos ver en muchas otras pelis. Es una joya en la que cada vez descubres nuevos detalles.

Además, la banda sonora de Danny Elfman -compañero inseparable de Burton- es una maravilla, y además es fácil de disfrutar por los niños porque en la versión española está totalmente traducida, e incluso publicada como disco. Más de uno se ha quedado sorprendido al montar con nosotros en el coche y oirnos cantar:

Esto es Halloween
Esto es Halloween
Gritos en la oscuridad...

Halloween me parece una fiesta para reirse del miedo, una celebración de lo grotesco y de lo deforme, de lo absurdo que crea nuestra imaginación y de lo amplio que es ese universo imaginado y temido. No sé si tendrá alguna relación con sus vecinos del sur, con el Día de Muertos mexicano, que es más o menos lo que tenemos aquí, pero vestido de colorines. Me parecen entrañables esas calaveras y esqueletos risueños y bailones, hechos con ese punto naïf y cachondo que rinde culto a los muertos desde la alegría de estar vivo. Ójala supiéramos disfrutar de la vida sin ocultarnos la realidad -última- de la muerte. Ójala honrásemos a nuestros muertos celebrando lo bueno de su vida y de nuestra vida con ellos. Lo que les aprendimos y lo que les enseñamos, que finalmente es lo que queda. Sin entrar en mayores trascendencias ni en averiguaciones posteriores, que eso ya dará algún día para otro post.

Mientras tanto, os digo lo que dicen los mexicanos en estas fechas:

¡Buenas noches, calabaza!



P.S.: Por cierto, quede claro que no me gustan nada -pero nada, nada- las pelis de miedo. Pero esto es otra cosa.

9.10.06

Papeles y rincones

De qué modo nos miramos, de qué extraña forma desconocemos nuestros rincones.

En demasiadas ocasiones asignamos a los demás características que no se corresponden con lo que son en realidad. Eso lo aprendemos cuando nos van decepcionando, en la mayoría de las ocasiones porque no se avienen a encajar en el molde que les habíamos asignado, porque las personas están más llenas de matices de lo que nuestro afán simplificador querría. Salen por la tangente, y hacen lo que no esperábamos de ellas, y no hacen lo que sí esperábamos. Y nos duele como una afrenta, cuando los ofendidos deberían ser ellos, porque a saber cuántos años llevamos ignorando su persona para ver sólo la figura en la que la hacemos encajar.

Aún peor es cuando uno debe enfrentarse con la autodecepción. Cuando uno, que tantas capas creía haber apartado para mirar más y más adentro, se encuentra con una parte de uno mismo que le sorpende desagradablemente, sobre todo porque en un momento dado se adueña de la propia vida y le da un vuelco. Y uno se queda sorprendido, mirándose a sí mismo sin reconocerse. Y recogiendo los cascotes, piensa en qué rincón tenía todo eso escondido. Porque no es que no lo hubiera encontrado; es que no era consciente de la posibilidad de su existencia. De qué se habrá alimentado ese Mr. Hyde salvaje y orgulloso. Ójala supiera qué es lo que uno no debe tomar en ningún caso para que esa transformación no vuelva a suceder. Dónde está el antídoto para la autosuficiencia, la arrogancia, la ira que un día aparecen sin venir a cuento y que arrasan todo lo que hay a su alrededor, sin pararse a ver la belleza o la pureza de lo que destruyen.

Y como irónico remate, constatar que para otros eres justamente tú un modelo de determinadas cosas, como la estabilidad o la sensatez. Que eres tú precisamente el que ha sido colocado en el molde por alguien querido y respetado. Y no sabes si todo esto no es más que una broma absurda, el guión de una peli alocadamente retorcida.

6.10.06

88 vs 10

Y tras un corto interludio veraniego con un solo para cello, vuelve el curso:



¡ Sin problemas !