31.12.14

La minúscula

Mi muy querida amiga, mi muy buena señora Ingalls:

Es un putada que la navidad también haya llegado a tu casa. Esa navidad intencionadamente escrita con minúscula.

Navidad con mayúscula sería aquel tiempo de celebración religiosa, de alegría por el regalo de un modo de pensar en el que el amor y la generosidad fueran motivo de vida. Da igual que uno sea creyente o no, pero mucho más si lo es. Creer en la encarnación de Dios, en su venida al plano material para salvar a los hombres es realmente lo más grande que puedo imaginar, aunque no pueda creeerlo. Es algo tan grande que el espíritu de la Navidad debería bastar para llenar todo el resto del año de esa magia que sale en los anuncios de Coca-Cola. Amor para todos y goce de la familia.

Nuestra navidad es otra. Es esa en la que las mezquindades, los egoísmos, las íntimas locuras deciden despertar e iluminarse como las calles del centro de la ciudad. Donde arrasan con la ene mayúscula y solo dejan un cadáver enorme y barrigudo, cuyo aroma bastaría para llenar de putridez buena parte del nuevo año. Un tiempo al que sobrevivir, esperando que pasen las marcas del calendario que señalan en qué día debemos ser amorosos, o alegres y llenos de buenos propósitos, o materialmente generosos con los que nos rodean. Llegarán las rebajas y la vuelta a las clases y al trabajo, y la vida volverá a ser tan buena o mala como durante las fiestas, pero al menos no será necesario adornarla con espumillón.

Mis buenos deseos para ti son exactamente los mismos que el resto del año: mantente, aguanta, sigue sonriendo como siempre, sé el cimiento que da firmeza a tu casa de la pradera. Aguanta hasta la siguiente navidad, no queda otra...