Me gustaría ser capaz de utilizar más a menudo palabras rotundas y definitivas: Nadie, siempre, todo. Olvidar los creo que, los supongo, los me parece.
Aumentaría así el propio contraste: no sería uno presa de la indefinición. Los demás sabrían siempre de qué lado me encuentro, qué pueden esperar de mí, qué políticos son santo de mi devoción.
Aumentaría así el propio contraste: no sería uno presa de la indefinición. Los demás sabrían siempre de qué lado me encuentro, qué pueden esperar de mí, qué políticos son santo de mi devoción.
Sería mejor un mundo en el que todo estuviera claramente definido: eres de los míos o de los otros, blanco o negro, te amo o te odio. Sin medias tintas, sin zonas intermedias, sin cuerdas flojas por las que verse obligado a transitar.
Aunque realmente, poco importa: No se admiten bordes borrosos, uno se convierte en otra pieza de Tetris. Ya saben los demás por dónde anda uno, qué gustos adjudicarle, a quién ama y a quién aborrece. Y si no lo saben, le adjudican una zona a la derecha o a la izquierda, en lo verde o en lo azul. Si no encajas, ya lo harás. Y si no, como si lo hicieras.
Aunque realmente, poco importa: No se admiten bordes borrosos, uno se convierte en otra pieza de Tetris. Ya saben los demás por dónde anda uno, qué gustos adjudicarle, a quién ama y a quién aborrece. Y si no lo saben, le adjudican una zona a la derecha o a la izquierda, en lo verde o en lo azul. Si no encajas, ya lo harás. Y si no, como si lo hicieras.