30.12.06

Confusión


No entiendo, no.

Qué tiene que ver la justicia con la venganza.

Cómo se puede confundir la libertad con la muerte.

29.12.06

El escritor limitado

En mi adolescencia, escribir me sirvió para sobrellevar la depresión sin hundirme en ella de un modo absoluto e irremisible.

Durante esos años terribles llenos de monstruos y fantasmas escribir fue una terapia íntima y gratuita. Tal vez no tan íntima, porque si bien es cierto que mucho de lo que escribí en aquel entonces terminó en la papelera, otra buena parte la compartí con mis pocas amigas cercanas, en un acto de desnudismo que hoy sería incapaz de realizar. Gratuita sí, porque mis padres, cuando les pedí que me llevasen a un psicólogo, me dijeron que les contase a ellos mis cosas (conociéndoles como ahora les conozco, prefiero no seguir esta línea de pensamiento).

Desde entonces, escribir se convirtió en un modo de ordenar ideas, de afianzar las que importaban y desechar las superfluas. En muchas ocasiones me he descubierto escribiendo de modo imaginario a alguien, construyendo y depurando cartas enormes que finalmente nunca pasé a papel. En esos casos, me sirvió para saber qué le quería decir realmente a esa persona, qué era lo importante que necesitaba dejarle claro, qué líneas recorrían nuestra relación como las nervaduras de una hoja, alimentando unas partes y dejando que otras muriesen sin savia.


Supongo que como tantos, soñé mil veces con dedicarme de un modo serio a la escritura. Sin embargo, esas cosas que a todos nos pasan -nos hacemos adultos, trabajamos, montamos una familia- me alejaron de ese sueño y de tantos otros, me mantuvieron con los pies en la tierra.

Pero hubo otro motivo más principal. Me di cuenta de que sólo escribía -o sólo lo hacía bien- justamente cuando me encontraba mal. Tal vez se debiera a cómo empecé a hacerlo, pero cuanto más oscuro era mi estado de ánimo con mayor facilidad salían las ideas, las palabras. Me di cuenta de que cuando me encontraba bien no era capaz de comunicar ese estado, o en todo caso lo que producía era cursi o relamido, en cualquier caso aborrecible.

Dejé de escribir. Decidí que bastante mierda había en el mundo como para esparcir la mía, sobre todo si no era capaz de compensarla aportando algo positivo de vez en cuando.

Observo en los escritores que empiezan una afición a lo truculento que me hastía: locos, suicidas, asesinos, historias chungas en todo caso. Me cansa. Ya sé que en la calle se forman corrillos cuando alguien se cae, se hace daño, sangra. Y no todo el que se acerca lo hace para ayudar, sino para regodearse en el morbo del dolor, de la desgracia ajena. Nunca nos acercamos a los demás para preguntarles de qué ríen, o qué tiene de maravillosa esa persona a la que abrazan, a la que besan, a la que miran con ojos embelesados.

No me oculto, no me niego a mostrar mis miserias o mis esquizofrenias cuando viene a cuento. Pero tampoco estoy dispuesto a que mi retrato escrito se componga sólo de las partes de mí mismo que hablan con tristeza o ira. Tengo mis fobias, pero escribo sobre ellas sólo porque sé que también soy capaz de hablar de mis filias. Mi vida tiene muchos más momentos de sonrisas que de ceños fruncidos, y si he de regalar algo a los demás, tengo claro qué es.

Así, poco a poco me voy animando a escribir, y de vez en cuando lo que hago provoca en los demás algún sentimiento positivo, alguna emoción agradable. Y me viene devuelto en forma de, pongamos, algún pequeño premio. Para qué más.

21.12.06

Manipulación, tópicos, acritud

Uno de los pocos que soportan asiduamente mis desvaríos en este sitio (y en la vida real) es mi buen Santiago, de quien me separan tantas cosas -la edad, la formación, las ideas- que visto desde fuera sería difícil explicar nuestra relación y mutuo cariño. Y resulta que me deja una perla en un comentario del post sobre música que me hace pensar en que, si uno de mis más queridos amigos no acaba de ver en qué sentido van las cósas que digo, a saber por dónde andarán las interpretaciones de quienes no tienen de mí más referencias que estas pobres impresiones de las ideas que a veces me atacan.

El hecho de que algún americano se oponga a Bush me parece interesante en sí mismo, aunque fuera únicamente por hacer el esfuerzo de no considerar a los americanos como lo que probablemente no son: incultos, desinformados y maniqueos. Me permite creer lo que sus últimas presidenciales me desmintieron, al reelegir como Emperador a un individuo así. Me parecen interesantes, por el hecho de luchar contra él, artistas como REM, Springsteen, Pealr Jam, Susan Sarandon o Sean Penn. Y me parece más que destacable que muchos de ellos hayan recibido amenazas de muerte o hayan sido vetados de forma anunciada en muchos medios de comunicación por su forma de pensar, y por decirlo. Ciertamente, en todas partes cuecen habas, y en ese sentido recuerdo que Javier Krahe no volvió a TVE tras su Cuervo Ingenuo, y los de Prisa le declararon persona non grata en otra ocasión, cediendo a las presiones de determinados grupos de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero en un país en el que todo cristo tiene acceso a las armas, en el que le pegaron un tiro a John Lennon, en el que el concepto de libertad tiene mucho que ver con invadir países, estas cosas me parecen más serias. Y en el caso de las Dixie Chicks es serio porque son de Texas, porque hacen country -su público es en su gran mayoría muy conservador- y porque las consecuencias para ellas fueron tremendas en el plano profesional y personal. No es que sean precisamente Rosa Parks, pero se la jugaron, y ello despertó mi interés, e hizo que prestara más atención a su música. ¿Se supone que un artista de rock debe ir contra el sistema, y si lo hace no es meritorio porque va incluido en la definición? No me atrevo a afirmarlo, tal vez sea así (dejando a un lado que ellas cantan country, con lo que ello implica). El día que conocí a Silvio Rodríguez -por aquel entonces uno de mis favoritos- cambiaron muchas de las cosas que hasta entonces daba por supuestas sobre los cantautores. En cualquier caso, mi interés actual sobre las Dixie se centra en su música, y no les pongo velas ni nada de eso.

Decía en cierta ocasión Inocencio Arias algo así: "Si tienes un cubo lleno de mierda y echas una cucharada de agua, sigues teniendo un cubo de mierda. Pero si tienes un cubo lleno de agua y echas una cucharada de mierda, tienes un cubo lleno de mierda. Eso es la política."

Tal vez sea por su origen semántico, y no sé si lo he dicho en alguna ocasión, pero si hay algo que me toca las narices es lo políticamente correcto. No digo A Coruña ni Lleida, por mucho que sean sus nombres actuales bendecidos incluso por determinados sectores de la RAE. No utilizo las puñeteras arrobas para referirme a mis lector@s, me jode que se llame AMPA la Asociación de (Madres y) Padres de Alumnos del colegio de mis hijos (ya puestos, debería llamarse AMPTREAA, Asociación de Madres, Padres, Tutores y Responsables Educativos de Alumnas y Alumnos). Me gustan los chistes machistas tanto como los feministas, aunque normalmente sólo cuente de los primeros. No estoy dispuesto a aceptar que las mujeres ocupen cargos de responsabilidad hasta determinados porcentajes, si ello no es causado por su competencia sino por los cupos impuestos por la supuesta discriminación positiva. Y sí estoy de acuerdo en que se demoniza la violencia machista en lugar de penalizar la violencia familiar o de pareja, porque está de moda.

Desde luego, este no es un lugar en el que desee hablar de política porque de hecho, la política es algo que evito en mi vida. Desconfío de los políticos de cualquier signo. Creo que incluso aquellos que se encuentran más cerca de mi forma de pensar, cuando llegan al poder ceden ante las presiones de la economía establecida y de los grupos que la manejan. Creo que son esos grupos y esos intereses económicos los que realmente guían la política mundial (podríamos hablar de algunas guerras, aquí), y que las votaciones a las que acudimos -cada vez menos- son únicamente un trámite previo a la decepción de todos: simpatizantes y opositores de los que se hacen con el poder a través de ellas.

Me repelen las consignas y la ceguera de quienes se identifican con unos u otros partidos, aunque sea en sentido inverso: odian y denostan a los que son de su signo contrario. Cuando veo el telediario dos días seguidos, si presto atención a los rollos políticos, no puedo más que sentir indignación (¡vaya tropa!) y finalmente miedo, mucho miedo. Por las cosas que dicen esos tipos -todos ellos- y sobre todo porque sé que en la calle hay mucha gente dispuesta a defender hasta lo absurdo sus disputas, sus frases hechas, sus coletillas.

Hago mías determinadas ideas que leo u oigo, pero creo que nadie podrá decir de mí que sigo el guión. Que finalmente acabo siendo un rojillo aburguesado (sic), qué duda cabe. Por supuesto que termino cumpliendo los estándares, pero es algo que asumí hace tiempo, y se deriva únicamente de que, a los cuarenta, sigo sin tener cabeza. Y eso hace que a veces me lleguen al alma determinadas cosas y me coja berrinches absurdos por cosas que tal vez no tengan ninguna relación entre ellas, aunque yo sí la vea o me la imagine. Y tal vez eso sí sea síntoma de pensamiento débil.

No estoy a salvo de influencias, no. Ya me gustaría a mí (¿me gustaría?). Pero digo yo que el que esté libre de pecado...

En cualquier caso, hay algo que sí se trasluce en los últimos tiempos en este blog: esa acritud que me provoca de modo inevitable la presencia de la Navidad. Como cada año, malgasto mi tiempo y mi dinero en cosas absurdas, y no doy el salto, no me planto como siento que debería hacer. Sigo siendo el talibán antinavideño de la familia, pero nunca voy más allá de unas protestas aisladas que quedan como algo testimonial y curioso, que hacen que siga siendo el peculiar, ese hermano o cuñado atípico que hay en todas las familias.

18.12.06

Injusto

El otro día, mientras hago no sé qué cosas por casa, oigo en la tele:

"¿Sabes lo que es injusto?"

Debido a la avalancha de juegos de mesa en el bombardeo publicitonavideño, inmediatamente pienso que es un anuncio del Trivial Pursuit, alguna nueva "Edición Filósofos" o "Edición Tertulianos", y se me provoca la reacción típica: el tiempo se alarga, veo retazos de mi vida ante mis ojos, brilla un quesito al final del túnel. Alborozado, pienso que la pregunta no es de deportes, está a mi alcance. En milésimas de segundo, decenas de posibles respuestas giran en mi mente:

"¿Qué es injusto, qué es injusto?..."
¿Que el comercio de armas mutile a unos y enriquezca a otros?
¿Que una mierdapiso cueste el sueldo de varios años?
¿Que mis hijos hereden un planeta desolado por la inconsciencia de los de siempre?
¿Que no haya una versión decente del flash player para Linux?
¿Que mi sueldo crezca siempre menos que el IPC?
¿Que el SIDA deje cada día más huerfános en África que nacimientos hay en Europa?
¿Que Pinochet se haya muerto -el muy cabrón- sin que le hayan juzgado?
¿Que...

"Despertar por la mañana y descubrir unas arruguitas que ayer mismo no estaban."

Stop. Me bloqueo. Miro la tele mientras mi mandíbula se descuelga hasta la altura del ombligo. Mis procesos vitales se ralentizan. Del cristal de la pantalla hacia allá, todo es limpio e inodoro, la belleza y la sabiduría se resumen en un botecito que contiene la piedra filosofal, el elixir de la eterna juventud.

"¿ Es justo jugar con ventaja?... Sí, porque nosotras lo valemos."

Las imágenes cambian y el mundo se transforma en otra cosa, tal vez un juguete o un coche o una crema depilatoria. Despierto. Respiro. Miro a mi alrededor, mi casa con esos cutres azulejos en la cocina. Oigo que los niños se pelean, conscientes de su cometido en la vida. Sigo con mis tareas, cabizbajo.

Cagonsuputamadre.

15.12.06

Me gustan las mujeres

Y si cantan, más.

Es la historia de mi vida. En la adolescencia, mis mejores amigos eran mujeres. De hecho, me acabé casando con una de ellas.

Mis profesoras de música son mujeres, y casi siempre lo han sido. En el trabajo, siempre me he llevado mejor con ellas que con ellos (me acuerdo ahora de dos, allá en Madrid, y las añoro).

En un internet predominantemente masculino, mi bloglines es mayoritariamente femenino.

Y últimamente, mis mejores descubrimientos musicales son mujeres que cantan. Una lista:


- Dixie Chicks, Taking the long way. Oí una canción por por ahí, y no hice mucho caso. Me pareció más country-pop de ese que de vez en cuando nos cuelan los yanquis entre tantas otras cosas. Pero cuando leí sobre ellas un poco más -amenazadas de muerte por llevarle la contraria a San Bush con relación a la guerra de Irak-, creí que debía darles una segunda oportunidad. Y el disco está muy bien. Alguna canción es demasiado estándar, pero otras son auténticas preciosidades.


- Dover, Follow the city lights. ¿Dover bailando? ¿Cristina Llanos en plan Madonna? Oh, my God. Y sin embargo, me gusta. Mucho.


- Dayna Kurtz, Postcards from downtown. El nombre parece alemán, pero es americana, y mucho. Tiene un vozarrón potente, muchos fantasmas y pocos complejos. Por lo visto, los baretos de las carreteras del Imperio son suyos. Una mezcla entre Tom Waits y Leonard Cohen, pero en tía. La leche, acojona.


- Rachel Yamagata, Happenstance. Una noche, en un capítulo de Urgencias -a las tantas, vaya horarios- la cara tristísima de Parminder Nagra (qué guapa es, qué ojos) una canción preciosa. Me quedé con el estribillo y la busqué. Vaya preciosidad de disco, cada canción totalmente distinta de la anterior y todas me enganchan.


- Fiona Apple, Extraordinary Machine. Cachondísima, con un sentido musical sorprendente, pasa de lo más disonante a lo más melódicamente conmovedor de un saltito, y te deja pasmao.


- Evanescence, The open door. Ya sé que es un grupo y demás, pero Amy Lee es la que manda, está claro. No podían hacer un disco que me gustase más que el primero. No podían, y por tanto no lo han hecho. Pero al menos no la han pifiao, y canciones cono Lithium valen un disco entero.


Y para terminar, un par de trampas:

- Viktoria Mullova, las partitas para violín solo de Bach. No hay palabras.


- Bruce Springsteen, We shall overcome. Ya sé que es un tío, pero es que es El Jefe. A quien no le guste Springsteen, que escuche este disco. Supongo que está grabado en seudo-directo, y supongo que con muy poco ensayo (confirmado). Canciones clásicas americanas que suenan a taberna de madera, llena de humo y de negros tocando y divirtiéndose.


Otro día seguiré hablando de mujeres, aunque no canten.

13.12.06

Odio

No necesariamente por este orden:
La canción del anuncio de El Almendro.

Que se confunda la generosidad con el derroche.

La peste de colonias con nombre y cara (es decir: jeta) de famosete.

Las fachadas hiperiluminadas de El Corte Inglés.

Que mi única alegría navideña sea que un hijoputa no va a comer más turrón.

El cada año más hortera anuncio de Freixenet.

La invasión de Papás Noeles trepabalcones.

Que quien se niega a seguir la corriente sea tachado de fundamentalista o de tacaño.

La alegría y la bondad impostadas y a fecha fija.

Que toda esta mierda historia comience en el mes de noviembre (de momento).

4.12.06

Despedidas

Como casi siempre, todo se encadena.

No me gusta mucho escribir sobre los blogs, sobre su mundo y sobre las corrientes internas que guían su funcionamiento. Me suelen gustar poco los metablogs: blogs que hablan sobre los blogs, gente que mira el ombligo de gente que habla de gente que mira su ombligo. Cuando cualquiera de mis favoritos escribe una entrada sobre este mundillo suelo pasar sobre ella sin prestar más atención. No me interesa la filosofía que habla sobre estas cosas, sino la descripción que cada uno va haciendo de sí mismo a través de sus escritos.

Pero hace unos días que le daba vueltas a varias cosas relacionadas con este espacio, con lo que digo en él, con lo que callo. Con cómo me relaciono con otras personas que entran en mi vida leyéndolo, y cómo esas personas u otras me interesan y me influyen a través de los suyos.

En particular, pensaba sobre los remordimientos que a veces -no demasiadas- siento por el hecho de ser tan anárquico, de publicar de modo tan irregular y tal vez tan espaciado. Tal vez tendría más visitas si escribiera con una cadencia más fija, con un plan definido o con unos temas más enlazados entre sí. No me faltan cosas que contar, pero me resisto a que esta parcela de mi vida refleje mis asuntos cotidianos. Hay que ser muy maestro para hacerlo y que el blog no se convierta en un diario quejoso de nuestras amarguras, de nuestra lucha diaria contra la rutina y la vulgaridad. Conozco unos cuantos que consiguen hacerlo, no muchos. Y de ellos, precisamente mi muy querida y admirada Amanda acaba de echar el telón. El caso es que anoche leí su último artículo y no me enteré. Ha sido esta mañana cuando lo he entendido.

Como siempre que nos despedimos de alguien, uno echa de menos lo que no hizo, lo que no le dio a esa persona. En este caso, lamento no haber hecho más referencias a sus brillantes escritos, o no haber hecho más comentarios en sus artículos, que tal vez hubieran hecho que sintiera la importancia de su día a día en el de sus lectores.

Hay más gente que toma esa decisión, o que se deja llevar por el mundo real y deja en la estacada su otra presencia por aquí. Clementine lo anunció el otro día oficialmente, Vainilla no publica desde nosecuándo, Mercè nos dio un susto pero lo repensó y regresó (mis favoritas son mujeres, como siempre). Hay más gente, en mi bloglines o en mis marcadores, pero no se trata de hacer una relación.

Esta noche me he soñado en el ejército, mis compañeras se marchaban al frente. En particular, dos de ellas muy queridas por mí. Las abrazaba con auténtica emoción y con miedo por ellas, les daba besos y les decía que se cuidasen, que no hicieran locuras, que se asegurasen de volver vivas y enteras.

Qué cosas.

22.11.06

Insensateces de Brooklyn

El título así traducido se carga la alegría y la magia del original. Brooklyn Follies es el último libro de Paul Auster, y además el último que he leído.


Cuando comencé a leer El libro de las ilusiones me encantó la fluidez de la escritura de Auster, la precisión en la palabra y el encanto de sus personajes. Para nada la frialdad de otros escritores norteamericanos: El guardián entre el centeno (ese icono de los yanquis, qué repelús), o La tormenta de hielo. Algún día contaré algo más sobre esa rigidez emocional que se les aprecia. Viva mi alma moruna y mi afición a los roces, las carantoñas y los besos.

Me pareció que aquel libro con sus historias llenas de rincones, con sus tramas embrolladísimas y sin embargo creíbles, al final perdía fuelle, como si el autor fuera incapaz de rematar la faena con la perfección que muestra durante doscientas páginas de un modo igual de estupendo.

Sin embargo, Brooklyn Follies se mantiene a un mismo nivel durante toda la narración, introduciendo personajes cercanos y giros de la historia tan extraños como los de cualquier vida (bueno, tal vez un poquito más, pero en eso consiste una buena novela). Auster trata a quienes crea con cariño y respeto, y pasa de puntilla por los rufianes tanto como disfruta a las buenas personas. He leído por ahí que es una especie de cuento de hadas. Pues sí, tal vez. Desde luego, es un libro que se lee con alegría y se termina con pena, lo cual siempre es un buen síntoma.

Si alguien no sabe qué regalar en esas fechas que se acercan, ahí tiene una idea.


Y a este tío que le den un premio, o algo. Yo qué se, aunque sea el Príncipe de Asturias.

20.11.06

Piano

Es la semana de Santa Cecilia, o así.

A las ocho y media, cuando salga de trabajar, concierto.

La sonatina nº 4 de Clementi, ayer a 136 la corchea. Qué sudores.



Cómo no, escucho ahora mismo a Keith Jarret: The Köln Concert.

Piano...

9.11.06

La pescadilla...

Una durísima apostilla de johnson sobre el post de Pobreza Cero me hace pararme de nuevo sobre el tema, yendo más allá del copiopego de las palabras que otros escriben. Os recomiendo leerla entera, aunque sólo sea por la cera que sus críticas dan a todo el mundo. Tal vez lo blogísticamente correcto sería responder en los comentarios, pero creo que la extensión de su texto, su sensatez y el trabajo que ha dedicado merecen ser primera página, aquí o en muchos otros sitios. Es decir: un post genera una apostilla que a su vez genera un post. La pescadilla que se muerde la cola.

Sería excesivo intentar responder a todo lo que johnson plantea, aunque algunas cosas sí que se me ocurren:
No se puede estar de acuerdo con perdonar la deuda externa, porque dicho así queda bonito, altruista y vacío. Esa deuda existe por haber comprado, pongamos por caso, coches para los tiranos de turno, o tractores, me da igual, y hay que pagarle a la Mercedes o la John Deere, p. ej., el caso es que al condonarla, no la paga ese pais o los gobernantes de ese pais o los granjeros que disfrutan los tractores.
Hombre, poder como poder, que se puede. No entiendo lo suficiente sobre estas cosas como para saber hasta qué punto nos la están colando, que seguro que por algún lado lo están haciendo. Porque yo sé -porque lo he visto- que es cosa común que las ayudas al desarrollo que se dan a países del tercer mundo lo son de un modo bastante peculiar. Por ejemplo, recuerdo una preciosa partida de coches y camiones de "ayuda" para Mozambique, donados por nuestro gobierno hace unos años, que yo estuve montando en parte. Preciosos, nuevecitos y perfectamente equipados, incluso con material antidisturbios. Claro, porque esos coches y camiones eran para la policía. Pero digo yo que ese dinero tal vez hubiera causado más beneficio si se hubiera empleado en uno o dos camiones para construir pozos, y en los cachivaches necesarios para montar veinte o treinta de ellos. Que no digo que la policía sea una cosa mala, no. Pero tal vez sea más importante beber cada día agua en buenas condiciones. Porque dicen unos señores que el año pasado no sé qué mogollón de gente se murió de una cosa tan tonta como la cagalera, porque se dedican a beber agua no potable (sarcasmo: hay que ser burro, con lo limpita que sale del grifo de mi casa). Y hablando de economía, parece que sería más barato solucionar ese problema que hacer frente a los gastos que supone no hacerlo. Y los países del tercer mundo gastan tantos recursos en atender sus catástrofes sanitarias que no pueden invertir en infraestructuras que las evitarían. Otra pescadilla.

Además, debemos tener en cuenta que una buena parte de la deuda se le debe al Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial, y que los señores de Mercedes o de John Deere hace tiempo que cobraron. Y que no es lo mismo que el gasto se haya realizado en coches de lujo o en tractores, no. O a mí no me lo parece. Y que en muchos casos lo que está sangrando a esos países no es la deuda en sí, sino los intereses de la misma, que es lo que se entretienen en pagar, los muy tontos, en vez de amortizar el capital pendiente.
Tampoco la paga mi país, ni los gobernantes de mi país, sino yo con mis impuestos y hasta el último y más paupérrimo de los trabajadores españoles con sus impuestos, incluso la viuda que percibe una pensión no contributiva, porque ha pagado el IVA de lo que compra para comer. El caso es que le pagaríamos a REPSOL, a la BMW, a la tomatera de Montijo, da igual, pero a estas hay que pagarles ¿por qué han de ser los ciudadanos españoles sin que nadie les pregunte y sin hacerlo voluntariamente?
Como siempre, todo es relativo. El más pobre de nuestros pobres está infinitamente más protegido que muchos de la clase media de muchos de esos países. Al menos tendrá acceso a comida, alojamiento y sanidad. Y si no accece a ellos tal vez sea por un problema de marginación (o automarginación), no de pobreza. Que por supuesto que es un problema que habría que solucionar, otro más.

Por otra parte, cuando me adhiero a una campaña como ésta, estoy diciendo muy claramente que sí estoy dispuesto a pagar, voluntariamente. Precisamente de eso se trata, de que mediante estas cosas seamos muchos los que digamos que sí, que nos dejamos, que estamos dispuestos a apretarnos un poco -porque realmente no es tanto el esfuerzo- el cinturón, para que otros también lo puedan hacer, cuando la barriga hipertrofiada por el hambre se les deshinche.

Como todo es relativo, admito que en muchas ocasiones he pensado que no llegaba a final de mes, pero desde luego no creo que las haya pasado nunca canutas. Ni yo, ni la mayoría de las personas de mi generación, de esta generación que como cosa imprescindible tiene la casa llena de pantallas de plasma y playstations y los bolsillos llenos de ipods y de dinero. Tengo claro que con lo que yo -clase media, niños, hipoteca- he gastado cualquiera de los últimos años en vacaciones podrían vivir varias familias todo el año en determinados sitios. El planteamiento no es "vamos a renunciar a todo lo que tenemos" para mejorar la situación del tercer mundo. Tal vez debería ser "¿a qué tengo que renunciar para hacerlo?". Estoy convencido de que no es tanto, y desde luego yo sí estoy dispuesto a hacerlo

Está claro que habría que controlar más de qué modo y a quién se le dan las ayudas, pero también a quién se le venden las armas, y a quién se presiona para que cambie el régimen político de su país. Está claro que los políticos son los reyes Midas de la mierda, y que todo lo que tocan acaba adquiriendo esa pátina marrón y maloliente. Pero eso no hace que se pueda meter en el mismo saco determinados gobernantes populistas -algunos de ellos despreciables o ridículos, otros no tanto- y a dictadores, sobre todo porque algunos de los primeros han sido elegidos mediante sistemas democráticos, más o menos justos o transparentes.

El post de johnson es tan agudo, tan largo y contiene tantas cosas que seguir probablemente daría materia para otro blog. El caso es que estoy de acuerdo con la existencia de muchos de los problemas que señala, aunque sólo puedo estar muy en desacuerdo con su enfoque, sobre todo porque me produciría una enorme amargura creer que no hay forma de solucionar esto, y que la única solución será hacer callo como defensa íntima ante el dolor de ver en las noticias las hambrunas, las epidemias y las guerras.

Siempre me he envidiado a aquellos capaces de adherirse a una confesión religiosa, de verdad. Quien cree lo que su libro sagrado o su profeta o su gurú le dicen y es capaz de creerlo a pie juntillas obtiene a cambio un tipo de felicidad de la que otros carecen. La felicidad de obtener respuestas sin gasto de cerebro, sin necesidad de preguntarse qué está bien y qué esta mal, qué cuadra con tu vida y qué no. Encontrar nítidamente definidos los límites del pecado y de la virtud acojona, pero es más fácil mirar una línea recta que una difuminada. O imaginarla.

Por eso no pertenezco a ningún partido político, a ninguna religión ni a ningún movimiento pro algo o contra algo. Todos aquellos que me proporcionan consignas que seguir, dogmas que aceptar o ideas que considerar intocables me producen repelús. Pero hay gente que tiene mis simpatías, cómo voy a negarlo. Greenpeace, Ayuda en Acción, Médicos del Mundo o Vicente Ferrer son gente, si no indiscutible, que al menos pone suficientes ganas, esfuerzo y trabajo como para merecer mi respeto y admiración.

Cuando veo una campaña como la de Pobreza Cero, no puedo menos que creer que es necesario difundirla y apoyarla. Aunque no esté de acuerdo con todo lo que postulan, o aunque no tenga claro si algunas de las cosas que dicen son auténticas burradas. Es como cuando doy mi voto a determinados políticos que sé que no van a obtener ni siquiera un escaño por mi provincia. Tal vez no sirva de nada, pero tal vez precisamente por eso. Si esos políticos a los que voto obtuvieran el gobierno probablemente esto sería un desastre mayor que el que ahora disfrutamos. Si determinadas campañas lograsen todos sus objetivos, vete a saber por dónde saldría la cosa. Imaginad que los compromisos de Kyoto se empezasen a cumplir mañana. Lo mismo nos tocaba a la mayoría apretarnos el cinturón más allá de lo que la muchos estaríamos dispuestos a aceptar, o lo mismo tendríamos que darle la razón a Lovelock (a quien admiro y respeto enormemente) y comenzar a sembrar plantas nucleares por todas partes. Porque lo del desarrollo sostenible es una gilipollez que casi nadie está dispuesto a comenzar por su casa. Digo yo, vamos.

Ya me gustaría a mí saber qué hacer con todas las cosas que plantea la campaña, o con las que plantea johnson (algunas son las mismas, otras en absoluto). Respeto sus posturas -y le considero mi amigo por el hecho de leerme y de darme caña- pero me niego a asumir lo que me parece desánimo o derrotismo por su parte. Hago lo que puedo, en la medida de mis posibilidades y de mi propio egoísmo y mi apego a la comodidad de esta vida neoburguesa que me he procurado. Lo que sí me parece evidente es que algo hay que hacer, y que cada uno debe hacerlo como mejor le parezca, con lo que esté a su alcance. Hay quien se va a Sierra Leona (olé sus cojones), y hay quien se hace socio de una ONG. Conozco gente que apadrina un niño del tercer mundo, y conozco gente que hace va un poco más allá y lo adopta, aunque después haya quien diga que lo hace por snobismo.

En esencia, mi gran problema es que sigo siendo un iluso. Soy bastante mayorcito como para saber que lo ideal es imposible, pero sigo teniendo la suficiente poca cabeza como para pensar que las utopías son tan irrealizables como deseables. Y que cuando en nuestra cabeza, en nuestras manifestaciones o en nuestras campañas ciudadanas pedimos algo utópico -pobreza cero, control de armas, abolición de la pena de muerte- debemos ser conscientes de que los de siempre -los gobernantes, los lobbys, los reaccionarios- ya se encargan de realizar su parte: hacer que la realidad se superponga a la utopía, impedir que las ideas se lleven por delante la realidad. Porque si no, todo seguirá como hasta ahora, y será la realidad la que se lleve por delante las ideas, y no habrá nada que pueda cambiar el mundo. Otra pescadilla.

8.11.06

Pobreza cero

Hay cosas que contar, pero poco tiempo.

Para algunas cosas sí hay que sacarlo. Mi razón me dice que no vale de nada, pero no por ello mi corazón deja de desear que tenga algún efecto. Tomo ejemplo de Rythmduel, y ahí va:


En el año 2000 los Gobiernos y Estados firmaron la Declaración del Milenio de Naciones Unidas, y se comprometieron con el cumplimiento de los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio, como un primer paso para erradicar el hambre y la pobreza.

PERO AÚN NO SE HA AVANZADO:

- 50 millones de infectados con el HIV y la gran mayoría sin ningún tratamiento ni atención.
- 800 millones de personas no tienen acceso a la comida suficiente para alimentarse.
- 1100 millones de personas sobreviven con menos de 1 dólar diario.
- 1200 millones de personas no tienen acceso al agua potable.
- 10 millones de niños y niñas mueren antes de cumplir los cinco años por causas evitables.
- el 70% de las personas pobres del Planeta son mujeres.
- el 10% de la población mundial disfruta del 70% de las riquezas del Planeta.
- el 75% de las personas pobres son campesinos y campesinas.

SUMANDO NUESTRAS VOCES MANIFESTAMOS:

QUE la persistencia de la pobreza y la desigualdad en el mundo de hoy no se puede justificar. Pese a los esfuerzos realizados durante décadas, la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando. Hoy, más de 3.000 millones de personas carecen de una vida digna a causa de la pobreza. Hambre, SIDA, analfabetismo, discriminación de mujeres y niñas, depredación de la naturaleza, desigual acceso a la tecnología, desplazamientos masivos a causa de los conflictos, migraciones provocadas por la falta de equidad en la distribución de la riqueza a nivel internacional... Son las diferentes caras de un mismo problema: la situación de injusticia que sufre la mayor parte de la población mundial.

QUE el desarrollo sostenible en el planeta está seriamente amenazado porque una quinta parte de la población mundial consume irresponsablemente, con la consecuente sobreexplotación de los recursos naturales.

QUE las razones de la desigualdad y la pobreza se encuentran en la forma en que los seres humanos organizamos nuestra actividad política y económica. El comercio internacional y la especulación financiera que privilegia las economías más poderosas, una deuda externa asfixiante e injusta para muchos países empobrecidos, así como un sistema de ayuda internacional escaso y descoordinado hacen que la situación actual sea insostenible.

QUE para lograr la eficacia de las políticas de Desarrollo Internacional, el Desarrollo Humano Sostenible y Bienes Públicos Globales es imprescindible avanzar en la consecución de una gobernanza global democrática y participativa.

QUE el crecimiento económico espectacular generado en los últimos años no ha contribuido a garantizar los derechos humanos ni a mejorar las condiciones de vida en todas las regiones del mundo, ni para todas las personas sea cual sea su condición, género, raza o cultura. Más bien al contrario, ha aumentado la desigualdad y la injusticia hasta cotas escandalosas. El camino de la paz pasa por luchar contra la pobreza y la falta de equidad.

QUE luchar contra la pobreza, en sus distintas dimensiones, significa actuar contra la exclusión de las personas, a favor de las garantías de sus derechos económicos, sociales y culturales que se traducen en protección, trabajo digno, renta, salud y educación, poder, voz, medios de vida, en condiciones de igualdad. Es un compromiso irrenunciable e impostergable: toda la sociedad en su conjunto es responsable de su consecución.

POR TODO ELLO se hacen eco del compromiso adquirido por los Gobiernos y Estados firmantes de la Declaración del Milenio de Naciones Unidas en el año 2000, respecto al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, como un primer paso, para erradicar el hambre y la pobreza.

SOLICITAMOS:

- MÁS AYUDA oficial al desarrollo, priorizando a los sectores sociales básicos, hasta alcanzar el compromiso del 0,7%.

- MEJOR AYUDA, desligada de intereses comerciales, orientada a los países más pobres y coherente con los Objetivos del Milenio.

- MÁS COHERENCIA en las diferentes políticas de nuestros gobiernos para que todas ellas contribuyana la erradicación de la pobreza.

- CANCELAR LA DEUDA IMPAGABLE: los países ricos, el Banco Mundial y el FMI deben cancelar el 100% de la deuda de los países más pobres.

- DEUDA POR DESARROLLO: invertir los recursos liberados por la cancelación de la deuda de los países empobrecidos para alcanzar los Objetivos del Milenio.

- CAMBIAR LAS NORMAS DEL COMERCIO internacional que privilegian a los países ricos y a sus negocios e impiden a los gobiernos de los países empobrecidos decidir cómo luchar contra la pobreza y proteger el medio ambiente.

- ELIMINAR LAS SUBVENCIONES que permiten exportar los productos de los países ricos por debajo del precio de coste de producción, dañando el sustento de las comunidades rurales en los países empobrecidos.

- PROTEGER LOS SERVICIOS PÚBLICOS de liberalizaciones y privatizaciones con el fin de asegurar los derechos a la alimentación, y de acceso al agua potable y a medicamentos esenciales.

- FAVORECER EL ACCESO A LA TECNOLOGÍA por parte de los países menos desarrollados, de acuerdo a sus necesidades, para que puedan disfrutar de sus beneficios.

Colabora, en la medida de tus posibilidades, con esta campaña.

31.10.06

En ocasiones veo muertos...

Supongo que es debido a que mi espíritu regionalista o nacionalista se quedó en alguno de los múltiples traslados que sufrí de pequeño, pero no veo mayor problema en la importación de tradiciones de otros sitios. Tengo la sensación de que hay una moda anti en todo esto que no acabo de pillar. Al personal parece no gustarle Papá Noel ni Halloween ni esas cosas por el simple hecho de que vienen del Imperio. En cambio, no tiene mayor problema en tragar hamburguesas o pan de molde. O tortilla francesa o ensaladilla rusa, que para el caso es lo mismo, pero de antes de anteayer.

Declaración: Me encanta Halloween. Me parece estupendo ser capaz de reirse de los propios miedos, compartirlos y enseñar a los niños a que lo hagan. Bastantes yuyus sufrimos a determinadas edades -no digo cuales- como para que tengamos que sufrirlos en silencio, y sin pomada. Los niños temen a los monstruos y los mayores tememos a la parca, pero todos tenemos miedo.

Por eso, mis hijos hoy han ido a una fiesta de Halloween y una de sus pelis favoritas -sí, mea culpa- es Pesadilla antes de Navidad. Como casi todos nuestros niños, tienen a su disposición un surtido enorme de películas, que va aumentando cada vez más. Pero Pesadilla es un clásico en casa. Tim Burton debe de estar loco, y las obsesiones de su locura tiñen sus películas de un modo único.

Para quien no la haya visto, Pesadilla cuenta la historia Jack Skellington, un habitante de Halloweentown que un día se extravía y conoce la Ciudad de la Navidad. Maravillado con lo que allí ve, decide que el próximo diciembre será él, acompañado por sus colegas, quien celebre esa fiesta, pese a que no acaba de entender qué es lo que está viendo:


¿Qué es? ¿Qué es?
Hay algo que va mal
¿Qué es?
¿Quién canta sin parar?
¿Qué es?
Las calles están llenas de chavales
Todos ríen sin cesar, ¿es que estoy loco?
Debe ser felicidad


Pero claro, para alguien que toda su vida -o su muerte- se ha dedicado a asustar a los demás, lo del espíritu navideño no es algo sencillo de entender, y la buena voluntad no lo es todo; ni en esta vida ni en la otra. Y no cuento más.

Con independencia de la historia, la película está hecha sin ordenadores, con la vieja técnica del stop motion, con un preciosismo en el diseño de los personajes y de la ambientación que ya quisiéramos ver en muchas otras pelis. Es una joya en la que cada vez descubres nuevos detalles.

Además, la banda sonora de Danny Elfman -compañero inseparable de Burton- es una maravilla, y además es fácil de disfrutar por los niños porque en la versión española está totalmente traducida, e incluso publicada como disco. Más de uno se ha quedado sorprendido al montar con nosotros en el coche y oirnos cantar:

Esto es Halloween
Esto es Halloween
Gritos en la oscuridad...

Halloween me parece una fiesta para reirse del miedo, una celebración de lo grotesco y de lo deforme, de lo absurdo que crea nuestra imaginación y de lo amplio que es ese universo imaginado y temido. No sé si tendrá alguna relación con sus vecinos del sur, con el Día de Muertos mexicano, que es más o menos lo que tenemos aquí, pero vestido de colorines. Me parecen entrañables esas calaveras y esqueletos risueños y bailones, hechos con ese punto naïf y cachondo que rinde culto a los muertos desde la alegría de estar vivo. Ójala supiéramos disfrutar de la vida sin ocultarnos la realidad -última- de la muerte. Ójala honrásemos a nuestros muertos celebrando lo bueno de su vida y de nuestra vida con ellos. Lo que les aprendimos y lo que les enseñamos, que finalmente es lo que queda. Sin entrar en mayores trascendencias ni en averiguaciones posteriores, que eso ya dará algún día para otro post.

Mientras tanto, os digo lo que dicen los mexicanos en estas fechas:

¡Buenas noches, calabaza!



P.S.: Por cierto, quede claro que no me gustan nada -pero nada, nada- las pelis de miedo. Pero esto es otra cosa.

9.10.06

Papeles y rincones

De qué modo nos miramos, de qué extraña forma desconocemos nuestros rincones.

En demasiadas ocasiones asignamos a los demás características que no se corresponden con lo que son en realidad. Eso lo aprendemos cuando nos van decepcionando, en la mayoría de las ocasiones porque no se avienen a encajar en el molde que les habíamos asignado, porque las personas están más llenas de matices de lo que nuestro afán simplificador querría. Salen por la tangente, y hacen lo que no esperábamos de ellas, y no hacen lo que sí esperábamos. Y nos duele como una afrenta, cuando los ofendidos deberían ser ellos, porque a saber cuántos años llevamos ignorando su persona para ver sólo la figura en la que la hacemos encajar.

Aún peor es cuando uno debe enfrentarse con la autodecepción. Cuando uno, que tantas capas creía haber apartado para mirar más y más adentro, se encuentra con una parte de uno mismo que le sorpende desagradablemente, sobre todo porque en un momento dado se adueña de la propia vida y le da un vuelco. Y uno se queda sorprendido, mirándose a sí mismo sin reconocerse. Y recogiendo los cascotes, piensa en qué rincón tenía todo eso escondido. Porque no es que no lo hubiera encontrado; es que no era consciente de la posibilidad de su existencia. De qué se habrá alimentado ese Mr. Hyde salvaje y orgulloso. Ójala supiera qué es lo que uno no debe tomar en ningún caso para que esa transformación no vuelva a suceder. Dónde está el antídoto para la autosuficiencia, la arrogancia, la ira que un día aparecen sin venir a cuento y que arrasan todo lo que hay a su alrededor, sin pararse a ver la belleza o la pureza de lo que destruyen.

Y como irónico remate, constatar que para otros eres justamente tú un modelo de determinadas cosas, como la estabilidad o la sensatez. Que eres tú precisamente el que ha sido colocado en el molde por alguien querido y respetado. Y no sabes si todo esto no es más que una broma absurda, el guión de una peli alocadamente retorcida.

6.10.06

88 vs 10

Y tras un corto interludio veraniego con un solo para cello, vuelve el curso:



¡ Sin problemas !

26.9.06

Consejos

Llevo unos días raros, con bastantes cosas que decir pero sin tiempo o decisión para escribirlas.

En parte, porque he sido bastante perrete durante el verano (también tenía derecho, qué caramba), y se me ha echado el curso encima sin preparar todo lo que debía, y ahora voy con el tiempo justito, justito.

Y en parte, porque relatar la actualidad no es precisamente mi fuerte, al menos en lo que a la vida diaria se refiere. No puedo evitar distanciarme de las cosas cotidianas e intentar mirarlas con perspectiva. Siempre (o casi) me pregunto qué importancia tendrán los sucesos cotidianos que hoy me ponen nervioso cuando hayan pasado diez, veinte años. O de qué modo le importan mis pequeñas tonterías a la mujer que cada mañana comparte conmigo unos minutos en la parada del autobús, que nunca me ha hablado ni me ha oído hablarle, de la que únicamente sé que le gusta leer libros policíacos.

Sin embargo, rondan en el aire momentos trascendentales para personas que me rodean, y son cosas de las que no me apetece mucho hablar. Intento imaginar de qué modo las decisiones de estos días afectarán a esas personas (mis hijos, mis amigos) y qué futuros aparecerán o desaparecerán en función de lo que elijan. Y no sé si puedo o debo influir, si más o menos de lo que lo hago, porque al fin y al cabo -me digo- es su vida.

Creo que quien aconseja compromete su amistad, y que un consejo es un lastre para quien lo recibe, pero aún más para quien lo da. Después de los años he aprendido que los consejos rara vez son agradecidos, pero con frecuencia son echados en cara, cuando las cosas no salen exactamente bien. Resulta difícil, pero intento recordarme que en lugar de aconsejar, debo únicamente mostrar mi punto de vista de un modo sucinto, los pros y los contras que se observan desde fuera. Y sobre todo, ayudar a descubrir los sentimientos que esa persona debería explorar, y finalmente cuáles son sus intuiciones al respecto. Lo cual sería el equivalente a enseñar a pescar, en lugar de ofrecer un pez.

14.9.06

¡Guapa!

No es lo que había imaginado, ni siguiera lo que soñaba, pero lo cierto es que ahora mismo estoy así como enamorado.

Tiene veintiún añitos. Según para quién, puede estar en la flor de la vida, ser una jovencita o un cascajo.

Se encuentra catatónica, y no hay quien la despierte. Ayer por la tarde la llevé al hospital, a ver cómo tiene el corazón. Si se puede salvar, iremos pensando en alguna operación de cirugía estética para dejarla más guapa, o al menos en algo de maquillaje para disimular las arrugas.

Y es que el mundo palidece a su alrededor.


12.9.06

Tres quintas, cuatro cuerdas

Has visto cientos de veces un violoncello (abreviadamente cello, se pronuncia chelo). En efecto, no es eso que se toca en las bandas de jazz: eso es un contrabajo, es más grande y se toca de pie. El cello se ve en las orquestas, justo a la derecha del director. No es un instrumento tan brillante como el violín, o como la flauta o el piano.

Cuando empiezas a tocar el cello todo parece hecho a propósito para que estés incómodo. Se apoya en el pecho y se sujeta entre las piernas. Se apoya en el suelo mediante una pica metálica. El mástil queda a la izquierda de tu cabeza. Tu brazo izquierdo se dobla, en un ángulo casi paralelo al suelo.

La primera vez que coges el arco la posición de la mano resulta incómoda, parece imposible que puedas manejarlo sin que se caiga, o que puedas hacerlo moverse por donde tú quieres. Además, si has comprado un instrumento nuevo, lo pones sobre las cuerdas y lo mueves y ¡no suena absolutamente nada!. Resulta que el arco debe frotarse periódicamente con una resina que es la que hace que se "agarre" a las cuerdas y las haga vibrar. Esa resina debe renovarse periódicamente, o te arriesgas a que cuando estás tocando la cuerda correspondiente no emita el sonido que debe, sino un armónico que será dos o varias veces más agudo que la nota deseada, y que pondrá de punta tus nervios y los de los pobres que estén a tu alrededor.

Las cuerdas son parecidas a las de la guitarra, solo que más gruesas. Tocadas al aire, y de más grave a más aguda, emiten las notas do, sol, re y la. Son notas separadas entre sí por lo que se llaman quintas en solfeo (por ejemplo: do-re-mi-fa-sol; cinco nombres de nota, una quinta).


Y lo que realmente asusta es que, al contrario de la guitarra, no hay trastes que marquen el sitio donde poner el dedo para tocar otras notas, para hacer escalas o arpegios. En un piano, cuando tocas do, suena do. Ni más ni menos. En el cello, debes conocer el instrumento, tu propia mano y tu propio brazo para saber cómo debes colocarlos para obtener la nota que buscas. Si pulsas la cuerda dos milímetros más arriba o más abajo, desafinas.

Es decir, es una putada de instrumento.

O no.

Dicen que el cello es el instrumento que más se parece a la voz humana, y tal vez sea por eso por lo que tiene esa capacidad de conmover.

Si lo tocas, cuando simplemente deslizas el arco por una de sus cuerdas al aire -supongamos el sol-, la vibración se transmite a tus oídos, pero también a tu cuerpo entero a través del apoyo que hace en tu pecho. Y cuando vas aprendiendo a tocarlo y consigues extraer melodías de él, es un misterio qué se activa en ti, qué neurona o chakra oscila, pero es algo que va aún más allá del placer, del enorme placer que produce escucharlo.

Un ejemplo: Las seis suites para cello solo de Bach, por Yo-yo Ma (un trocito)

8.9.06

Borrando la caché

En informática existe el concepto de caché, que es un tipo especializado de memoria donde se guarda una copia de algunos datos a los que se ha accedido hace poco tiempo, por si se precisan de nuevo en breve plazo, que suele ser algo bastante común, en función de lo que se llama "principio de localidad".

En nuestra vida de adultos hacemos algo similar: cacheamos lo que vemos. Las caras, los paisajes, las músicas. Mantenemos en memoria una copia del original y así, cuando volvemos a ver una persona o un lugar los comparamos con la primera visión que tuvimos de ellos, y a veces incluso nos desagrada comprobar que no son tal y como los recordábamos. Actualizamos la caché, pero en muchas ocasiones lo hacemos a regañadientes (aquello de que la primera impresión es lo que vale), y muchas veces simplemente nos negamos a aceptar que lo que vimos no es lo que vemos, y que la realidad es infinitamente más rica que la imagen que de ella guardamos. Porque nuestra memoria funciona como una música en mp3, o como una foto en jpg: se parece al original, pero en realidad contiene mucha menos información, puesto que ha atravesado un algoritmo que elimina todo lo que considera redundante o ínfimo, que por tanto no aporta una cantidad de información decisiva en la impresión global.

Esa tendencia a usar los recuerdos en lugar de observar el original hace que el mundo se vuelva plano cuando lo tenemos muy visto, y que adquiera relieve cuando lo que miramos es algo nuevo y desconocido, como lo es a los ojos de un viajero o de un niño. O cuando hacemos el esfuerzo de que nuestra mirada no se supedite al automatismo de la memoria, y obligamos a ésta a que se refresque con lo que nuestros ojos ven en ese instante.

Esta noche, mientras veníamos de casa de unos amigos atravesando en coche uno de los barrios nuevos de la ciudad, mi hija (que aún tiene los ojos abiertos, muy abiertos) me preguntó algo así como:

- Papá, y la luz de las farolas, ¿de dónde sale?.

Para ella, lo siguiente consistió en una explicación (cables, conducciones subterráneas, etc.) y para mí en un borrado de caché. De pronto, vi la avenida con sus cientos de luces brillantes, las palmeras, la mediana ajardinada. Los coches relucientes, los escaparates, la gente en los veladores. La opulencia de la clase media en una avenida cualquiera de una ciudad de provincias. Y pensé en cómo vería por primera vez lo que para nosotros es cotidiano -miles de vatios de energía alumbrando nuestras noches- alguien recién llegado de una aldea de África, donde la luz eléctrica, los coches, los bares, las tiendas no son más que algo que imaginar, cuando se lo describa otro más afortunado.

Afortunado porque llegó, porque lo vio, porque pudo contarlo.

29.8.06

León

Para el verano de mi ciudad no son las bicicletas, sino los libros. Con cuarenta grados no hay dios que se ponga a pedalear, bastante arriesgado es ponerse bajo el sol, incluso a pie.

Los veranos son para leer. En cualquiera de sus modalidades clásicas: Sofá, sombrilla o árbol.

Este año me he vuelto más malo. He descubierto que en Internet también se pueden encontrar cientos de libros. Y la consecuencia es que he dejado que mis vicios se apoderen -también- de mi tiempo laboral. Pese a tener a mis compañeros de vacaciones, sigo teniendo varias horas de nulo trabajo, así que aprovecho y continúo en la pantalla del ordenador el libro que estoy leyendo en casa, en el trabajo, en el autobús.

Los libros caen como moscas...

17.8.06

La memoria recobrada

Estas últimas semanas he visto (y no visto: ninguno desde el principio) en TVE los documentales "La memoria recobrada". El último, en el que se hablaba de las carnicerías que se realizaron en mi ciudad, me ha impresionado mucho, mucho.

Uno de los participantes, con una emocionante mezcla de senectud e inocencia, mostraba y explicaba un dibujo que sería naïf si no fuera por el terror que describía. Frente a la Catedral, literalmente, un montón de muertos. Sobre ellos se subían los siguientes que iban a ser ejecutados. La sangre bajaba por una calle que queda a cincuenta metros escasos del lugar donde trabajo; una calle por la que he pasado en multitud de ocasiones, y que tal vez nunca veré igual.

No viví la guerra, pero sé que seré afortunado si no la conozco algún día o si a mis hijos no les roza. ¿Cuántas generaciones consecutivas tienen esa suerte? Mis abuelos la vivieron de lleno, y mis padres eran niños cuando todo aquello empezó y mientras la parte más dura de la represión desataba su cólera. Y yo aún recuerdo los himnos, las formaciones y los saludos brazo en alto en mis primeros años de colegio. Y el miedo. Nada de aquello está lejos, y la mejor manera de evitar algo es saber en qué consiste y recordar los ejemplos cercanos.

El hecho de que mi hijo adolescente conozca qué ocurrió en su ciudad no le va a generar rencor (¿hacia quién?). Pero tal vez sí le haga comprender de qué pasta estamos hechos, y que la historia se construye a base de miles de pequeñas historias personales; de gente como él, que paseó -y cuya vida se fue calle abajo- por los sitios por los que sale con sus amigos.

Es el pasado, y sangre pasada no mueve molino. O sí, pero lo que me indigna del presente es ver cómo determinados grupos y partidos desean enterrar el pasado en aras de una supuesta reconciliación, y del deseo de no "reabrir heridas". Sin embargo, no les importa escarbar en otras mucho más recientes e inventar lo necesario para que sus teorías conspiranoicas pongan txapelas donde a ellos les hubiera interesado que estuvieran.

Intentaré ser muy estricto, recordando: Existía un régimen democrático con graves problemas económicos y de orden público y social. Unos rebeldes lo derrocaron mediante un golpe de estado militar que triunfó sólo parcialmente. Después de ganar una guerra civil que duró tres años, impusieron un régimen dictatorial que duró treinta y seis años más.

Estoy convencido de que ambos bandos cometieron enormes tropelías mientras pudieron. La diferencia es que uno de los bandos cometió tales desmanes durante el tiempo de la guerra, y el otro tuvo bastante más medios, fuerza y -sobre todo- tiempo para hacerlo. Y también lo tuvo para para contar, detallar, magnificar, legendarizar o inventar lo que los rojos hicieron. Ya saben: Paracuellos, el oro de Moscú, los comunistas que se comen a los niños... Parece lógico que ahora se cuente todo aquello que durante años y años sólo se pudo callar o, como mucho, susurrar. Que hablen quienes durante tanto tiempo no hablaron.

Siento escalofríos cuando determinados políticos miran al pasado con ese empeño en que no se hable, que no se condene, que no se sepa. Y cuando les miro y les oigo, no puedo evitar preguntarme hasta qué punto se sienten identificados, y con quién. Y en caso de que ocurriera algo similar, ellos que han sido elegidos de modo democrático por millones de votos, de qué lado se pondrían.

11.8.06

Revisiones y relecturas

Aprovecho la calma del verano, el poco trabajo y la -casi- ausencia de clases vespertinas para leer como me gusta, de modo compulsivo, varias horas al día casi todos los días. Leo rápido: En una semana han caído cuatro libros de una serie que sumarían cerca de dos mil páginas.

Sé que va contra las modas y contra la salud ocular, pero me gustan los libracos gordos, con papel biblia y letras pequeñitas. Que tengan mucho que contarme, que me permitan sumergirme en ellos de modo que al terminarlos sienta pena por abandonar el universo en el que me han tenido días o semanas. Un libro de ochenta páginas con tipografía de 14 rara vez consigue eso. También me gustan las sagas, las series de libros que siguen una historia y la exploran hasta sus últimas consecuencias.

Y también me gusta releer. Coger un libro que leí hace diez años y leerlo por segunda vez (a veces por tercera o cuarta incluso) permite explorarlo de otra manera. Pasa como con las buenas películas: La primera vez te engancha la trama, por dónde seguirá la historia, a dónde llevará finalmente. Las siguientes veces, ya sabes qué ocurre con los protagonistas, cuál es la acción; quién muere, quién se enamora o es decepcionado. Es momento de disfrutar de otras cosas: Los gestos, los diálogos, lo que hay alrededor o detrás de los protagonistas. La música, los personajes secundarios. Un buen libro -como una buena peli- soporta perfectamente una segunda visita, o más. Y también te va descubriendo cosas que antes no viste, facetas de los personajes que antes no te llamaron la atención.

En casa de mis padres había un Quijote en una edición lujosísima: Cuatro tomos en piel, con grabados de Dalí, papel grueso. De esos que se compran para adornar la biblioteca del salón, pero que nadie lee. Sin embargo, en el verano de después de octavo, cuando estaba a punto de cumplir los catorce años, me encontré sin lectura. Los Julio Verne que sacaba de la biblioteca del colegio no estaban disponibles, y vivíamos en un pueblo minúsculo -tal vez cien habitantes- en el que no tenía a quién pedir lectura. Comencé el primer tomo por aburrimiento y curiosidad, y cuando terminé el cuarto la sensación era la de haber obtenido un gran logro, aunque no tuviera claro exactamente en qué consistía. Supongo que me sentía orgulloso por haber vencido a una leyenda. Desde luego, no entendí en ese momento que realmente era yo quien había sucumbido. Cuando lo releí diez años después descubrí muchas cosas que mi primera lectura adolescente no me había mostrado, y sobre todo me pareció divertidísimo. Pienso volver a él dentro de poco, ya contaré.

Otro de los grandes tochos que he releído ha sido El Señor de los Anillos. Habrá quien se sorprenda cuando se entere de que existió vida antes de las pelis de Peter Jackson. Pues sí, es así y puedo atestiguarlo. Hace más de veinte años que cayó en mis manos, y la historia de Frodo me subyugó. El héroe salido de la nada, la inocencia, importancia de lo pequeño. La segunda vez que lo leí, años después, fué el personaje de Aragorn: La fuerza, el honor y los ideales. Cuando iban a estrenar las películas decidí cogerlo de nuevo, no fueran a chafármelo. Y la nueva maravilla fue descubrir que la fuerza conductora del relato en esta ocasión no estaba en ninguno de los héroes, sino en el sirviente, el amigo que se mantiene en segundo plano y aporta su sentido práctico frente a la fuerza y el heroísmo: Sam -otro Sancho Panza- es quien me emocionó, el auténtico protagonista.

Cien años de soledad, Demian, Dune... Hay muchos más libros -incluso series- que he leído en más de una ocasión, y a alguno de ellos les queda alguna más. Otro día os hago una lista.

7.8.06

Voyeurismo

Al otro lado del patio de manzana tenemos unos vecinos que nos entretienen. Son una parejita joven y sin niños. No sabemos demasiado sobre ellos, no más de lo que se adivina a veinte metros de distancia y a través de un único balcón, el de su dormitorio del que normalmente no bajan la persiana ni cierran las cortinas. Ojo, si alguien espera aquí un post guarrete, que lo deje; no va de eso. Controlamos sus horarios de llegar a casa, de irse a la cama y de levantarse. Vemos cómo tienden la ropa -los uniformes de trabajo de él los fines de semana-, hacen la cama, a veces ven la tele acostados. El balcón durante el verano está siempre abierto, y en invierno varias horas durante la mañana. Esa casa debe de estar ventiladísima, decimos siempre. Ese afán de ventilación les ha valido el nombre de Los limpios. Algún nombre había que darles.

Si hay algo que me llama la atención y me gusta de ellos es precisamente eso que no hacen, eso que para casi todos es una obligación: Bajar las persianas, cerrar las cortinas para que nadie nos vea, aunque lo que hacemos sean las tareas de la casa, la vida corriente que hace cualquiera. Leemos, vemos la tele, comemos o limpiamos. Pero desde pequeños nos acostumbraron a ser celosos de nuestra intimidad y a escondernos detrás de rendijas, visillos, celosías.


Al hilo de un libro de Muñoz Molina -Ventanas de Manhattan- que nos regaló un amigo, hablábamos sobre esa herencia -¿árabe?- que nos hace tan celosos (de ahí las celosías) de nuestra vida íntima, de nuestros pequeños actos cotidianos. Leí en algún sitio que en centroeuropa, allí donde el calvinismo impuso sus costumbres, las cortinas eran un elemento denostado, porque un buen cristiano no tiene ninguna costumbre que deba ocultar de los demás, y todo lo que ocurre en su casa puede ser visto por cualquiera. Claro, aquí los cristianos han tenido mucho que ocultar, desde luego.

Durante el tiempo de la mili -porque yo hice la mili, qué le vamos a hacer, así de antiguo es uno- la bestia negra de los pobres soldados eran las guardias. Durante un día, dos horas de cada seis las pasaba uno en una garita sin más que hacer que sumirse en los propios pensamientos. A la mayoría, esta compañia durante ocho horas en un día les llevaba cerca de la locura. En mi caso, dejando a un lado las incomodidades, era un tiempo de reflexión y de dejar libre el pensamiento y la imaginación sin que nadie viniera a estorbar.

El cuartel estaba en aquel entonces en el centro de la ciudad, y por las noches miraba las ventanas iluminadas e imaginaba qué gente viviría en ellas. A veces se veía una lámpara, unas estanterías, rara vez una silueta. Imaginaba cómo podría ser la vida tras esos rectángulos de luz, cómo de dulce o de mágica. Qué personas, qué caricias, qué música. Parejas, familias, gente sola. Hubiera dado dinero por ver, por conocer, por curiosear.

Con los años la curiosidad no ha disminuído, pero uno casi se alegra de no tener la posibilidad de confirmar que, de todas esas vidas que uno anhelaría por momentos conocer, la mayor parte están llenas de problemas, tristezas o miserias; y que uno no cambiaría la propia por la mayoría de ellas. Mi vida y mi casa están suficientemente limpias aunque no estén, ni mucho menos, tan ventiladas.

26.7.06

Eso era amor

Quiero un lugar donde reírme de la tragedia, del amor y de la ceguera; de quienes interpretan literalmente y de quienes interpretan literariamente. Poder ser radical y absurdo en mis sentimientos. Que sacar los pies del tiesto sea una costumbre. Que sea lícito encontrar la belleza en el dolor o en el absurdo. Quiero la libertad de la irreflexión, el gozo del descubrimiento.

La poesía -en tantas ocasiones- salva el día, el mundo.

Le comenté:
-Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
—¿Te gustan solos o con rimel?
—Grandes,

respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.

Ángel González

(Gracias, bryda, por recordármelo)

18.7.06

Teresa Rodríguez

Conocí a mi primera profesora de solfeo cuando tenia veintialgunos años, cuando ya estaba curado de los enamoramientos infantiles y de las idealizaciones adolescentes con las que adornábamos -al menos yo lo hacía- a determinados profesores del colegio o del instituto. Lo cierto es que hubiera sido difícil enamorarse de ella en aquel momento, cuando sus cincuenta y tantos años habían dejado tantos rastros en una cara que tal vez fuera bonita hacía mucho tiempo. Tenía la boca grande, y una voz aguardentosa que impresionaba aún más cuando te miraba con unos ojos verdes que desmentían su edad.

Éramos un grupo de adultos llegados tardíamente a la música, a un conservatorio de edificio antiguo, techos altos y patios interiores, que en su día debió ser la casa de alguna familia de bien de la ciudad, en la que las niñas aprenderían -también ellas- a tocar el piano. Como suele ocurrir en estas cosas, durante cinco años el grupo se fue haciendo menos numeroso, hasta quedarnos en una cuarta parte de los que empezamos.

La música es un arte maravilloso y duro de aprender, y más para quien empieza a aprenderla cuando las neuronas no son tan maleables como las de los niños, cuando los dedos no tienen esa pasmosa agilidad que veo ahora en los dedos de mis hijos. Durante esos años peleamos con las notas y los acordes, con nuestra voz y con los instrumentos, y a veces conseguíamos tener la sensación de estar haciendo música.

Nuestras clases de solfeo (ya entonces se llamaba Lenguaje Musical, con ese gusto por los eufemismos de los educadores modernos) empezaban a las nueve de la noche, éramos el último grupo y llegábamos todos cansados tras un día en el que cada uno había tenido mil batallas en el trabajo, en casa, con los niños. Encontrábamos la clase con ese olor a goma de borrar y pollito que tienen las clases de los colegios. Y a Teresa -era el nombre de la profesora- fumando un Celtas y con el gesto cansado tras horas de clase y decenas de alumnos. Pues bien: Pese al cansancio y pese a la supuesta aridez de la asignatura, no recuerdo un solo día de aquellos cinco años en que no saliera de mejor humor del que llevaba al entrar. Las clases de solfeo conseguían darme la energía que siempre me ha proporcionado sentir que estoy aprendiendo cosas nuevas. A casi todos sorprende cuando les cuento que siempre eran más gratas las clases de solfeo que las de instrumento.

Teresa usaba para enseñarnos a cantar los gestos y algunas de las técnicas del método Kodaly, lo que le valió durante algún tiempo el mote de la kodaylera en un conservatorio hacía honor a su nombre, y rechazaba todas las innovaciones (?) con auténtica pasión.

Cuando iba a entrar en el conservatorio, mi imagen de un sitio de enseñanza musical era algo así como los pasillos o el comedor de Fama, un sitio donde la música estuviera presente en cada rincón y en cada momento, donde los alumnos tocasen juntos por el placer de hacerlo. Lo que yo conocí fue una institución anclada en el pasado, donde los músicos se habían funcionarizado en la peor posible acepción del término, y donde las envidias, los enchufes y los rencores se imponían a los deseos de acercarse al arte. Nunca vi alumnos tocando en los pasillos o en el patio, nunca toqué con mis compañeros, nunca les oí tocar. Y además tuve que luchar contra el desprecio de muchos profesores -por ejemplo, mi profesora de instrumento- que consideraban poco menos que una pérdida de tiempo y de recursos que un adulto se iniciase en la música.

Dejé el conservatorio cuando un nuevo trabajo -mañana y tarde- y el nacimiento de mi segundo hijo hicieron imposible dedicar al violoncello la hora u hora y media de estudio que necesitaba. Mantuve un cierto contacto con Teresa, aunque nunca volvimos a reunirnos para tomar una cerveza y ver al resto de la gente del grupo. Mi número en su móvil estaba guardado como Miamorverdadero. Decía que yo era su hombre ideal, con mi forma de ser y mi pasión por la música.

La última vez que la vi me contó que estaba de baja, me dió a entender que por depresión. Estábamos en mi trabajo y no pudimos hablar con tranquilidad, la cosa quedó en un manido "A ver si nos llamamos y hablamos". No volví a verla. Unos meses después la hospitalizaron. El cáncer que sus inseparables Celtas le provocaron la mató.

Al cabo del tiempo, he vuelto a la música a través de las Escuelas Municipales, en otro instrumento -no había cello, escogí piano- y en un ambiente mucho más parecido a lo que uno espera cuando estudia música. El estudio sigue siendo fundamental, pero desaparece la presión de las convocatorias, y además los profesores son gente jóven con ganas de hacer cosas nuevas y de compartir su pasión por la música.

Teresa sabía que ninguno de nosotros llegaríamos a ser grandes músicos, compositores o concertistas, y nunca nos lo ocultó. Pero sabía que a base de trabajo y deseo, podíamos disfrutar con la música. En ocasiones nos decía que cuando los grandes concertistas cuentan su aprendizaje en en mundo musical, siempre dicen: "Aprendí armonía con Fulanito en Berlín" o "Hice mis estudios superiores de piano con Fulanita en Madrid", pero siempre se olvidan de quién les inició en el solfeo, quién les enseño a medir las primeras notas o a entonar las primeras melodías.

No soy concertista ni lo seré nunca, pero nunca olvido que mi primera profesora de solfeo fue Teresa Rodríguez. No es que sea mucho, pero mi agradecimiento es lo único que ahora puedo ofrecerle.

La continuación -que no el final- de esta historia es, si no felíz, sí suficientemente bonita para dejar constancia de ella. Sigo estudiando música, y mi profesora de Lenguaje Musical de los dos últimos años es María, una chica joven, bríosa y hasta guapa. Las clases con ella son siempre sorprendentes. El resto de las escuelas nunca saben con qué aparecerá en la actuación de fin de curso, pero todo el mundo tiene claro que nunca es algo convencional en un concierto serio y lleno de piezas de Beethoven, Mozart o Chopin interpretados por niños y adolescentes en su mayoría. Canciones y bailes con el estilo de Broadway, canciones africanas, batukadas tocadas con cubos de pintura y latas de aceite o música hecha con escobas son las últimas. De igual modo nos enseña a armonizar un tema y a interpretarlo en grupo que la teoría más abstrusa del solfeo. Los niños la adoran y gracias a ella han aprendido a lidiar con el miedo escénico y la vergüenza de actuar ante un auditorio.

Hace algún tiempo hablando a la salida de clase le hablé de Teresa y resultó que también fué su profesora. Cuando le alabé sus enseñanzas y de qué modo me habían influído me dijo, haciéndole los ojos chirivitas:
- Gracias a Teresa me dedico yo a esto.
El circulo se cierra, tampoco ella podría pedir más.

17.7.06

Le retour

Sin ganas, pero aquí estamos de nuevo.

Muchos kilómetros de coche y unos buenos pocos a patita, pongo la marca en mi mapa de países visitados (que no conocidos, eso sería otro cantar). Francia, en rojo. Había otra alternativa más exótica y lejana, que me hubiera permitido colorear un trocito de Asia, pero finalmente el euribor y los intereses hipotecarios pudieron más.

Si he de resumir rápidamente, decir que entiendo algunas cosas más sobre los franceses. Por ejemplo, su chauvinismo. Cuando en España los tristones de Carlos V y su hijo sumergían su país en la oscuridad con la amable guía de quienes ustedes saben y gustaban de recluirse en monasterios oscuros y deprimentes, su colega francés Francisco I se dedicaba entre otras cosas a construirse casitas de campo para irse de caza. Y así sucesivamente, gozando de la famosa joie de vivre. Ese darle gusto al cuerpo que por ejemplo ahora vemos convertido en un museo que quita el hipo, y que fue una de las residencias reales hasta que Luis XIV decidió que se le quedaba en poco, y decidió que prefería una parcelita en el campo. Se entiende también un cierto complejo por parte de los españolitos que muy a duras penas podían intentar emularles. A su lado, resultaban poco menos que los vecinos catetos del sur. Estos tíos todo lo hacían más que a lo grande, a lo bestia. A la vista de estas cosas, también entiendo que bien se ganaron a pulso que les cortasen la cabeza. Lo extraño es que no se decidieran a hacerlo antes.

Finalmente, me quedo con imágenes sueltas, con cosillas de esas que te llaman la atención y te llevan a filosofar un poco más al norte de lo habitual.

Por ejemplo, ya sé que el destino final de todos nosotros se encuentra en la línea 9 del metro de París:



Por otra parte, aprende uno que Dumas estaba equivocado, su famoso lema no era el de los mosqueteros...


... sino que eran los tenderos los que estaban dispuestos a seguir el lema a rajatabla, y de hecho así ha seguido hasta nuestros días: El lema sigue siendo el mismo y el uno sigue siendo el mismo. Aunque los todos, los que nos proveen de lo necesario para nuestro sostén diario, ahora sean las multinacionales, las empresas de comunicacion y los bancos.

Qué se le va a hacer, siempre queda el consuelo de la poesía. Justo en la acera de la Sorbona, tal vez contradiciéndome, esta maravilla:


Y para terminar, dos pequeñas tonterías. La primera es un pequeño concurso cuyo premio consiste en conocer un poco mejor tus vicios: ¿Conoces esta puerta? ¿La has visto muchas veces? ¿Te has apoyado en ella? ¿Para hacer qué, eh?


Y como despedida, un rinconcito de la Ciudad de la Luz, que no creo que sea esta:


Tiene uno derecho a contar sus viajes como mejor le venga en gana. Quien esperase otra cosa, que hable con su amigo librero y se compre un a buena guía, o que se agarre el coche o el avión y se pegue un garbeo por allí. Ea.

21.6.06

Pocas palabras

Vaya por delante: No me molan los toreros, ni nada de lo que hay a su alrededor.

El otro día oí una anécdota de Manolete, que por lo visto era de muy pocas palabras. La cosa era aproximadamente así:

- Maestro, qué bien se está hablando poco, ¿eh?
- Mejor se está callao...

(Sin comentarios)

6.6.06

No me toquen...

No soy muy dado a comentar noticias de actualidad. Bastante me cuesta relacionarme con el mundo que queda en un radio de tres metros de distancia con relación al centro de mi cabeza, como para opinar sobre política o economía. Pero hay cosas que me tocan las narices, y más partes de mi anatomía. Y como en este periódico soy el jefe de redacción, juzgo necesario que los dos o tres lectores suscritos conozcan mi opinión al respecto de algo que pasó hace unos días por mis oídos pero que hasta hoy no había llegado a la neurona correspondiente (el tiempo y el espacio se dilatan en mi cabeza).

Resulta que el otro día leí que a Bill Gates y su señora esposa les van a dar el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Aquí, la noticia.

(respiro hondo...)

Según dicen los señores del jurado, la fundación que dirigen o patrocinan Guille y su mujer han donado hasta ahora un montón de pasta (del orden de mil millones de dólares) para que los negritos no se mueran de sida, de malaria o de muchas otras cosas de esas con las que les da por entretenerse. Y más que piensan donar cualquier día de estos que tengan un ratito. Sólo a cambio de ponerle su nombre a la institución, para que todos esos niños sepan a quién deben besar la mano.

(inspiración... espiración...)

Claro, lo que el jurado tal vez no haya tenido en cuenta es que mister Gates es el poseedor de la mayor fortuna del mundo, estimada este año en 50.000.000.000 dólares. O sea, cincuenta mil millones de dólares. Olé sus huevos. Lo dicen los señores de Forbes, aquí. Tampoco los señores del jurado habrán pensado es que hace un año su fortuna era de 46.500.000.000 billetitos de esos que hacen que los americanos confíen en Dios. No está mal eso de tener un aumento patrimonial de tres mil millones y medio anuales, no.



También se me ha ocurrido averiguar cómo le va la cosa a Sir William, y según parece su empresita tiene intención de facturar otros 10.900.000.000 $ en el tercer trimestre de su año fiscal (lo dicen ellos). ¿Sabe alguien quién es el mayor accionista de esta empresa?. Pues si. Él. tiene alrededor de 742 millones de acciones. Y si tenemos en cuenta que el beneficio previsto por acción será de alrededor de 1,36$, el beneficio previsto de este señor para este año será de mil millones de muestras de confianza. Supongo que en Estados Unidos se pagará al fisco no sólo por lo que uno gana, sino por lo que uno tiene. Habría que ver lo que se ahorra en impuestos al hacer esas magníficas donaciones.

De modo que quien tiene la mayor fortuna personal del mundo, pretende monopolizar el mercado del software y pone todas las trabas posibles a la idea del ordenador de 100$, intentando vender a todos los negritos un teléfono móvil (imagino que con tonos y politonos de Micro$oft) ahora es el adalid de la filantropía mundial.

La verdad, no sé cómo decirlo... No me los toquen.