10.4.07

Derecho canónico

Primero fueron las cintas de cassete, en las que grababa los vinilos para poderlos escuchar en el coche. Vinilos que ya había pagado, y de los que hacía copias privadas.

La cosa se fue modernizando, y empezaron a cobrarme por los CD y los DVD. Cada vez que compro uno, le pago a los innombrables un tanto por el lucro cesante de las copias privadas que tal vez haga sobre ellos. Ayer, colocando la mesa del ordenador en casa, calculo que tenía al menos cincuenta o sesenta discos con copias de seguridad o distribuciones Linux, por los que también he pagado el correspondiente canon. Aunque tal vez por mi parte sea un razonamiento erróneo, hace que me sienta legitimado para albergar en mi discoteca copias privadas (realizadas por mí o por otro) al menos en un número igual al de los discos por los que he pagado ese derecho sin ejercitarlo realmente. O eso, o que me den los medios para reclamar el importe que he pagado por ello.


El último despropósito es que una biblioteca pública tenga que pagar por prestar libros. En este caso, nuestros queridos congresistas -todos excepto un par de grupos- han sido sensatos y se han plegado ante el miedo a la multa diaria que la CE les imponía en caso contrario. O pagas, o pagas. Si esto es ser europeo, a mí que me borren. No entiendo nada, las decenas de libros que he sacado de bibliotecas a lo largo de mi vida no han conseguido abrir mi mente para que comprenda esto que me parece una barbaridad. Como me parece una barbaridad que nos digan que el dinero no saldrá de nuestros bolsillos, sino de las Comunidades Autónomas y el Gobierno asumirán los costes. Ah, claro. Es que ellos tienen una maquinita que genera dinero para que no salga de los impuestos que nosotros pagamos. Lo que pasa es que como leemos poco -y menos a partir de ahora, puesto que habrá menos fondos disponibles- somos unos iletrados a los que es sencillo hacer creer cualquier cosa.

No digo en este país, sino en esta Europa que nos han hecho los políticos (porque no la hemos hecho los ciudadanos, desde luego que no) importa poco la opinión de las personas de a pie, a los que ellos dicen representar. En este caso, los propios autores no consiguen entenderlo. Yo tampoco.

7.4.07

Nunca es tarde

Dicen que perro viejo no aprende trucos nuevos. Pero hoy, La Gorda1 ha aprendido a montar en bici, a sus treinta y ocho años, en una hora o así.
Cierto es que el profe era bueno2, pero eso no desmerece su gesta. Además de dominar el asfalto le permitirá quitarse alguna etiqueta que la familia lleva años adjudicándole.


(1).- Pesa cincuenta kilos o así, no me vaya a salir algún bienintencionado que...
(2).- Yo bisbo, ¿quién si no?

3.4.07

Cara y cruz

No sé en qué mundo viven estos tíos.

Si ya estaban lejos del mundo, pretenden estarlo aún más:

El arzobispado cierra una iglesia 'roja' en Vallecas

Normalmente, me resulta indiferente lo que hagan estos tíos que se suben al púlpito y miran desde arriba a los demás. Desde luego, tengo claro que si me tuviera que acercar a la religión que mis padres intentaron inculcarme, estaría mucho más cerca de esto que de esto:

Pero en esta ocasión espero que en el pecado lleven su penitencia, y que los católicos de bien les den p'al pelo. Ojalá ésta sea su cruz.

Porque tengo claro cuál es el otro lado de la moneda:

Desde luego, estos tíos tienen mucha, mucha cara.

2.4.07

Sueño literario

Hoy he soñado un libro de Paul Auster, o tal vez mío.

Siempre he dicho que si no escribo más cuentos, o alguna novela, es porque me cuesta mucho trabajo crear historias dignas de ser contadas, creíbles y con sentido. Teniendo la historia, escribirla es un esfuerzo relativo, más de laboriosa artesanía que de pura creación. Envidio a quienes son capaces de imaginar personajes y situaciones como para escribir libros de cuentos con treinta o cuarenta relatos.

Mientras dormía, sabía que soñaba un libro. El sueño era como la imaginación que aporta imágenes cuando leemos, de ese modo tan especial en el que se mezcla la visión del autor con la nuestra. Oía o leía las palabras, y las imágenes las reflejaban. Me encontraba en la piel del personaje, sabiendo que no era a mí a quien le ocurrían esas cosas, pero aún así sintiéndo las emociones que él vivía. Supongo que es difícil de imaginar, pero en su momento todo transcurría naturalmente, en las diversas capas que componían el mundo onírico y literario. El protagonista (americano, cómo no) y su vida, su padre, la mujer a la que conocía y terminaba amando, sus peripecias y los ambientes (finalizaba en Portugal, en un pequeño pueblo cercano a Lisboa) eran perfectos para una novela de Auster.
Una vez despierto, pese a mis esfuerzos, no consigo reestablecer la lógica de la historia, que en su momento era perfecta. Me siento incapaz de plasmarla de un modo coherente. Supongo que si Auster termina por escribirla, podré decirle a alguien: "Ésa era, es la que yo soñe". De algún modo, compartiré críticas y éxito con él.