17.8.06

La memoria recobrada

Estas últimas semanas he visto (y no visto: ninguno desde el principio) en TVE los documentales "La memoria recobrada". El último, en el que se hablaba de las carnicerías que se realizaron en mi ciudad, me ha impresionado mucho, mucho.

Uno de los participantes, con una emocionante mezcla de senectud e inocencia, mostraba y explicaba un dibujo que sería naïf si no fuera por el terror que describía. Frente a la Catedral, literalmente, un montón de muertos. Sobre ellos se subían los siguientes que iban a ser ejecutados. La sangre bajaba por una calle que queda a cincuenta metros escasos del lugar donde trabajo; una calle por la que he pasado en multitud de ocasiones, y que tal vez nunca veré igual.

No viví la guerra, pero sé que seré afortunado si no la conozco algún día o si a mis hijos no les roza. ¿Cuántas generaciones consecutivas tienen esa suerte? Mis abuelos la vivieron de lleno, y mis padres eran niños cuando todo aquello empezó y mientras la parte más dura de la represión desataba su cólera. Y yo aún recuerdo los himnos, las formaciones y los saludos brazo en alto en mis primeros años de colegio. Y el miedo. Nada de aquello está lejos, y la mejor manera de evitar algo es saber en qué consiste y recordar los ejemplos cercanos.

El hecho de que mi hijo adolescente conozca qué ocurrió en su ciudad no le va a generar rencor (¿hacia quién?). Pero tal vez sí le haga comprender de qué pasta estamos hechos, y que la historia se construye a base de miles de pequeñas historias personales; de gente como él, que paseó -y cuya vida se fue calle abajo- por los sitios por los que sale con sus amigos.

Es el pasado, y sangre pasada no mueve molino. O sí, pero lo que me indigna del presente es ver cómo determinados grupos y partidos desean enterrar el pasado en aras de una supuesta reconciliación, y del deseo de no "reabrir heridas". Sin embargo, no les importa escarbar en otras mucho más recientes e inventar lo necesario para que sus teorías conspiranoicas pongan txapelas donde a ellos les hubiera interesado que estuvieran.

Intentaré ser muy estricto, recordando: Existía un régimen democrático con graves problemas económicos y de orden público y social. Unos rebeldes lo derrocaron mediante un golpe de estado militar que triunfó sólo parcialmente. Después de ganar una guerra civil que duró tres años, impusieron un régimen dictatorial que duró treinta y seis años más.

Estoy convencido de que ambos bandos cometieron enormes tropelías mientras pudieron. La diferencia es que uno de los bandos cometió tales desmanes durante el tiempo de la guerra, y el otro tuvo bastante más medios, fuerza y -sobre todo- tiempo para hacerlo. Y también lo tuvo para para contar, detallar, magnificar, legendarizar o inventar lo que los rojos hicieron. Ya saben: Paracuellos, el oro de Moscú, los comunistas que se comen a los niños... Parece lógico que ahora se cuente todo aquello que durante años y años sólo se pudo callar o, como mucho, susurrar. Que hablen quienes durante tanto tiempo no hablaron.

Siento escalofríos cuando determinados políticos miran al pasado con ese empeño en que no se hable, que no se condene, que no se sepa. Y cuando les miro y les oigo, no puedo evitar preguntarme hasta qué punto se sienten identificados, y con quién. Y en caso de que ocurriera algo similar, ellos que han sido elegidos de modo democrático por millones de votos, de qué lado se pondrían.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tus padres nacieron en pleno conflicto, como los míos, no comenzó todo cuando ellos eran pequeños.