8.9.06

Borrando la caché

En informática existe el concepto de caché, que es un tipo especializado de memoria donde se guarda una copia de algunos datos a los que se ha accedido hace poco tiempo, por si se precisan de nuevo en breve plazo, que suele ser algo bastante común, en función de lo que se llama "principio de localidad".

En nuestra vida de adultos hacemos algo similar: cacheamos lo que vemos. Las caras, los paisajes, las músicas. Mantenemos en memoria una copia del original y así, cuando volvemos a ver una persona o un lugar los comparamos con la primera visión que tuvimos de ellos, y a veces incluso nos desagrada comprobar que no son tal y como los recordábamos. Actualizamos la caché, pero en muchas ocasiones lo hacemos a regañadientes (aquello de que la primera impresión es lo que vale), y muchas veces simplemente nos negamos a aceptar que lo que vimos no es lo que vemos, y que la realidad es infinitamente más rica que la imagen que de ella guardamos. Porque nuestra memoria funciona como una música en mp3, o como una foto en jpg: se parece al original, pero en realidad contiene mucha menos información, puesto que ha atravesado un algoritmo que elimina todo lo que considera redundante o ínfimo, que por tanto no aporta una cantidad de información decisiva en la impresión global.

Esa tendencia a usar los recuerdos en lugar de observar el original hace que el mundo se vuelva plano cuando lo tenemos muy visto, y que adquiera relieve cuando lo que miramos es algo nuevo y desconocido, como lo es a los ojos de un viajero o de un niño. O cuando hacemos el esfuerzo de que nuestra mirada no se supedite al automatismo de la memoria, y obligamos a ésta a que se refresque con lo que nuestros ojos ven en ese instante.

Esta noche, mientras veníamos de casa de unos amigos atravesando en coche uno de los barrios nuevos de la ciudad, mi hija (que aún tiene los ojos abiertos, muy abiertos) me preguntó algo así como:

- Papá, y la luz de las farolas, ¿de dónde sale?.

Para ella, lo siguiente consistió en una explicación (cables, conducciones subterráneas, etc.) y para mí en un borrado de caché. De pronto, vi la avenida con sus cientos de luces brillantes, las palmeras, la mediana ajardinada. Los coches relucientes, los escaparates, la gente en los veladores. La opulencia de la clase media en una avenida cualquiera de una ciudad de provincias. Y pensé en cómo vería por primera vez lo que para nosotros es cotidiano -miles de vatios de energía alumbrando nuestras noches- alguien recién llegado de una aldea de África, donde la luz eléctrica, los coches, los bares, las tiendas no son más que algo que imaginar, cuando se lo describa otro más afortunado.

Afortunado porque llegó, porque lo vio, porque pudo contarlo.

2 comentarios:

Paula dijo...

Me encantan las historias pequeñas como ésta, los cuentos de cada día que nos ayudan a dormir, y también nos dan fuerzas para despertarnos.
Dices cosas bonitas, aunque algunos post no nos entiendo. ¿en qué idioma están?

Un saludo

Anónimo dijo...

En algo parecido andaba yo pensando hace un rato, mientras veía (y disfrutaba) las fotos del último viaje. Había menos de las que creía, porque lo cierto es que me gusta más mirar con los ojos que con la cámara. Y, las que había, en tan sólo una semana ¡se parecían tan poco a lo que recordaba! Prefiero quedarme, de momento, con los recuerdos. Luego, cuando necesite borrar la caché, echaré mano de las imágenes que permanecerán de cada momento y entonces será cuando, de nuevo, me fije detenidamente en todos los detalles.
Ya sé, no es la misma idea, pero me he sentido un poco como esa persona que llega de Africa.