No entiendo, no.
Qué tiene que ver la justicia con la venganza.
Cómo se puede confundir la libertad con la muerte.

- Dixie Chicks, Taking the long way. Oí una canción por por ahí, y no hice mucho caso. Me pareció más country-pop de ese que de vez en cuando nos cuelan los yanquis entre tantas otras cosas. Pero cuando leí sobre ellas un poco más -amenazadas de muerte por llevarle la contraria a San Bush con relación a la guerra de Irak-, creí que debía darles una segunda oportunidad. Y el disco está muy bien. Alguna canción es demasiado estándar, pero otras son auténticas preciosidades.
- Dover, Follow the city lights. ¿Dover bailando? ¿Cristina Llanos en plan Madonna? Oh, my God. Y sin embargo, me gusta. Mucho.
- Dayna Kurtz, Postcards from downtown. El nombre parece alemán, pero es americana, y mucho. Tiene un vozarrón potente, muchos fantasmas y pocos complejos. Por lo visto, los baretos de las carreteras del Imperio son suyos. Una mezcla entre Tom Waits y Leonard Cohen, pero en tía. La leche, acojona.
- Rachel Yamagata, Happenstance. Una noche, en un capítulo de Urgencias -a las tantas, vaya horarios- la cara tristísima de Parminder Nagra (qué guapa es, qué ojos) una canción preciosa. Me quedé con el estribillo y la busqué. Vaya preciosidad de disco, cada canción totalmente distinta de la anterior y todas me enganchan.
- Evanescence, The open door. Ya sé que es un grupo y demás, pero Amy Lee es la que manda, está claro. No podían hacer un disco que me gustase más que el primero. No podían, y por tanto no lo han hecho. Pero al menos no la han pifiao, y canciones cono Lithium valen un disco entero.
- Viktoria Mullova, las partitas para violín solo de Bach. No hay palabras.
- Bruce Springsteen, We shall overcome. Ya sé que es un tío, pero es que es El Jefe. A quien no le guste Springsteen, que escuche este disco. Supongo que está grabado en seudo-directo, y supongo que con muy poco ensayo (confirmado). Canciones clásicas americanas que suenan a taberna de madera, llena de humo y de negros tocando y divirtiéndose.La canción del anuncio de El Almendro.
Que se confunda la generosidad con el derroche.
La peste de colonias con nombre y cara (es decir: jeta) de famosete.
Las fachadas hiperiluminadas de El Corte Inglés.
Que mi única alegría navideña sea que un hijoputa no va a comer más turrón.
El cada año más hortera anuncio de Freixenet.
La invasión de Papás Noeles trepabalcones.
Que quien se niega a seguir la corriente sea tachado de fundamentalista o de tacaño.
La alegría y la bondad impostadas y a fecha fija.
Que toda estamierdahistoria comience en el mes de noviembre (de momento).


No se puede estar de acuerdo con perdonar la deuda externa, porque dicho así queda bonito, altruista y vacío. Esa deuda existe por haber comprado, pongamos por caso, coches para los tiranos de turno, o tractores, me da igual, y hay que pagarle a la Mercedes o la John Deere, p. ej., el caso es que al condonarla, no la paga ese pais o los gobernantes de ese pais o los granjeros que disfrutan los tractores.
Tampoco la paga mi país, ni los gobernantes de mi país, sino yo con mis impuestos y hasta el último y más paupérrimo de los trabajadores españoles con sus impuestos, incluso la viuda que percibe una pensión no contributiva, porque ha pagado el IVA de lo que compra para comer. El caso es que le pagaríamos a REPSOL, a la BMW, a la tomatera de Montijo, da igual, pero a estas hay que pagarles ¿por qué han de ser los ciudadanos españoles sin que nadie les pregunte y sin hacerlo voluntariamente?


¿Qué es? ¿Qué es?
Hay algo que va mal
¿Qué es?
¿Quién canta sin parar?
¿Qué es?
Las calles están llenas de chavales
Todos ríen sin cesar, ¿es que estoy loco?
Debe ser felicidad
Esto es Halloween
Esto es Halloween
Gritos en la oscuridad...
Halloween me parece una fiesta para reirse del miedo, una celebración de lo grotesco y de lo deforme, de lo absurdo que crea nuestra imaginación y de lo amplio que es ese universo imaginado y temido. No sé si tendrá alguna relación con sus vecinos del sur, con el Día de Muertos mexicano, que es más o menos lo que tenemos aquí, pero vestido de colorines. Me parecen entrañables esas calaveras y esqueletos risueños y bailones, hechos con ese punto naïf y cachondo que rinde culto a los muertos desde la alegría de estar vivo. Ójala supiéramos disfrutar de la vida sin ocultarnos la realidad -última- de la muerte. Ójala honrásemos a nuestros muertos celebrando lo bueno de su vida y de nuestra vida con ellos. Lo que les aprendimos y lo que les enseñamos, que finalmente es lo que queda. Sin entrar en mayores trascendencias ni en averiguaciones posteriores, que eso ya dará algún día para otro post.

Para el verano de mi ciudad no son las bicicletas, sino los libros. Con cuarenta grados no hay dios que se ponga a pedalear, bastante arriesgado es ponerse bajo el sol, incluso a pie.
Intentaré ser muy estricto, recordando: Existía un régimen democrático con graves problemas económicos y de orden público y social. Unos rebeldes lo derrocaron mediante un golpe de estado militar que triunfó sólo parcialmente. Después de ganar una guerra civil que duró tres años, impusieron un régimen dictatorial que duró treinta y seis años más.
Imaginaba cómo podría ser la vida tras esos rectángulos de luz, cómo de dulce o de mágica. Qué personas, qué caricias, qué música. Parejas, familias, gente sola. Hubiera dado dinero por ver, por conocer, por curiosear.Le comenté:
-Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
—¿Te gustan solos o con rimel?
—Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.
Ángel González
Nuestras clases de solfeo (ya entonces se llamaba Lenguaje Musical, con ese gusto por los eufemismos de los educadores modernos) empezaban a las nueve de la noche, éramos el último grupo y llegábamos todos cansados tras un día en el que cada uno había tenido mil batallas en el trabajo, en casa, con los niños. Encontrábamos la clase con ese olor a goma de borrar y pollito que tienen las clases de los colegios. Y a Teresa -era el nombre de la profesora- fumando un Celtas y con el gesto cansado tras horas de clase y decenas de alumnos. Pues bien: Pese al cansancio y pese a la supuesta aridez de la asignatura, no recuerdo un solo día de aquellos cinco años en que no saliera de mejor humor del que llevaba al entrar. Las clases de solfeo conseguían darme la energía que siempre me ha proporcionado sentir que estoy aprendiendo cosas nuevas. A casi todos sorprende cuando les cuento que siempre eran más gratas las clases de solfeo que las de instrumento.- Gracias a Teresa me dedico yo a esto.El circulo se cierra, tampoco ella podría pedir más.





